En un primer momento no deja de ser admirable la preocupación que vienen demostrando algunos líderes por la vigencia de la Constitución en nuestro país. Si tomamos en serio sus palabras y advertencias parecería que hay en ellos una profunda convicción de que la Ley Suprema debe defenderse siempre, a toda costa, sin condiciones, sin miramientos, sin intereses. En las buenas y en las malas.

Pero pronto tan hermosos vuelos de la imaginación sufren serios desperfectos que nos obligan a programar un aterrizaje de emergencia. Algo parecería que anda mal aquí, ¿verdad? No es posible que hayamos producido tantos new born constitucionalistas en tan poco tiempo. La desilusión a menudo viene más rápido que la muerte. Y es que bastaría ubicar esta inusitada ansiedad por la virginidad constitucional dentro de su contexto histórico para descubrir la cara oculta de esta comedia.

Si fuese verdad que estos señores sufren cada vez que la Constitución es violada, ¿dónde estaban entonces cuando por más de una década todo el andamiaje judicial del Ecuador estuvo al servicio de la persecución política? ¿Cuántas marchas organizaron? ¿O es que eso no constituía una violación constitucional?
¿No se quebrantaba acaso la Constitución cuando desde una oficina del centro de Guayaquil se ordenaba casi a diario a casi todos los jueces, fiscales y funcionarios del Consejo de la Judicatura, qué deben hacer, cómo deben hacerlo, contra quién deben actuar, y a quién deben favorecer? ¿Cuánta pitadera de autos hubo cuando la Presidencia de la Corte la ocupaba un ex convicto de la justicia?

No es, pues, la defensa de la Constitución lo que inspira a estos nuevos Jeffersons criollos. Y menos a un ex militar que jugó un papel clave en el golpe de Estado de 1997, y que fuera expulsado del Congreso en el 2000 por endosar otro golpe.

Aquí la única explicación que hay es el temor que bordea en paranoia de que se declaren nulos los juicios que inconstitucionalmente se iniciaron contra Bucaram; y que, en consecuencia, este pueda regresar. Eso es todo. No nos engañemos más. Pueden convocarse a todos los notables del Ecuador, de América y del mundo, o formarse todas las comisiones especialísimas que quieran, para escoger a los nuevos magistrados, que nunca quedarán satisfechos estos señores si no obtienen la absoluta certeza por parte de la tercera, o cuarta, o quinta Corte Suprema, de que jamás se anularían esos juicios.

Esa es la única pregunta que, en el examen de honestidad y sabiduría jurídica, deberán contestar los futuros magistrados. Bastaría que ellos dejen entrever que en esos juicios, como en otros similares, se ha atropellado la ley para que los capataces del Ecuador los veten por estar “politizados”.

Triste destino de nuestro país. Una generación entera secuestrada en manos de una partidocracia mediocre que prefiere vencerlo a Bucaram en las cortes de su propiedad y no en la arena de la política. Y si para ello hay que pisotear la Constitución, ¡qué diablos! En Ecuador ella solo es un pretexto.