Es conocida la fábula: Unos conejos están siendo perseguidos por perros hambrientos. Los conejos, en vez de poner todas sus energías en correr para salvar su vida, se pusieron a discutir si los perros que los perseguían eran galgos o podencos. Que son galgos; que son podencos; ¡galgos!, ¡podencos! Mientras tanto los perros, no importa si son galgos o son podencos, son perros hambrientos, los alcanzan y los comen.
Tenemos problemas graves, como el del sistema educativo, con el que ocupamos el penúltimo lugar en América Latina; la pobreza crece, la emigración está siendo considerada solo como un filón de dólares, enviados por los emigrantes a sus familias; poco nos importan las familias deshechas, el desangre de energías que no podemos utilizar, etcétera.
La discusión entre ecuatorianos tiene, por supuesto, un contenido mucho más importante: se trata de respetar el resultado de una elección legal de Presidente de la República; se trata de suprimir para siempre esa imagen que no nos merecemos, la de un país opereta, que cambia de presidente cada dos años, interpretando caprichosamente la Constitución; y se trata también de no tapar un hueco con ese descosido, que juristas encuentran en los cambios de personas en organismos del Estado; se trata de que la división de poderes sea real y diáfana.
Y observo con alegría que griegos y troyanos tienen realmente importantes elementos comunes, entre ellos:
- El deseo de respetar el periodo de cuatro años para el que fue elegido el señor Presidente.
- La consolidación de la economía.
Entre los elementos que unos y otros defienden verbalmente están el respeto a la Constitución y la independencia de los poderes del Estado. Lástima que a veces los defienden con injurias y rabia.
Como unos y otros, confío yo, aman a nuestro Ecuador uno y diverso, debe ser posible que encuentren el camino para llegar a una mucha mayor claridad de respeto a la Constitución; respeto unido inseparablemente a la citada independencia de poderes. Según los expertos, el balón está en el campo de los señores diputados; quienes, libres de toda traba y guiados por la suprema ley, que es el bien del país, estarán dispuestos, según también confío a examinar cómo “mejorar” lo que hicieron.
Como creyente, considero que todos los ecuatorianos tenemos la obligación de alentar a nuestros representantes a mejorar decisiones anteriores, con la misma autoridad con la que las tomaron. Alentar, en este caso significa, para ellos y para todos los ciudadanos, dejar de mirar el aula del Congreso como un circo, en el que se mata con la lengua, y mirarla como un santuario, en el que se honra a Dios, uniendo mentes y corazones para encontrar solución a los problemas. Otra vez más confío y espero que nuestros representantes se abran a recibir la fuerza moral necesaria para dejar de lado intereses partidistas o personales y que nosotros, los demás ciudadanos, aplaudamos toda acción encaminada a unir fuerzas por un común destino de bienestar. Pues aman al Ecuador, ¡pueden!