El ginecólogo Willian Garófalo, de la maternidad Enrique Sotomayor,  dice que antes se creía que estas mujeres no debían practicar partos porque no tenían suficientes cuidados de limpieza. No obstante, ahora se analiza darles mayor entrenamiento. Dos de ellas cuentan sus experiencias.
 
Rosa Jama, una esmeraldeña de 50 años, asegura que la Virgen del Carmen es la patrona de las parteras y que gracias a ella posee la destreza de ayudar con sus manos a traer bebés al mundo, sin haber estudiado.

Ella manifiesta que esta actividad es una tarea de la que no puede negarse, porque se trata “de la vida o la muerte de la parturienta y del bebé”, dice.

Se inició en esta actividad hace 20 años cuando una vecina de su barrio, en la isla Trinitaria, en el sur de Guayaquil, tenía dolores de parto y adherida una sonda en la vagina, lo que le provocaba más dolor del normal en esas circunstancias previas al alumbramiento.

Publicidad

“Yo la hice recostar, le saqué la sonda con los dedos y el chico empezó a salir poco a poco”, señala.

Luego le corté el cordón del ombligo con una tijera desinfectada con alcohol. Lo até con un hilo y le quemé la punta con una vela”, recuerda.

Desde ese momento la noticia se regó por el vecindario y la buscaron para que intervenga en los partos.

Publicidad

Uno de los nacimientos que considera le resultó complicado fue el de su comadre Nancy (no quiso dar el apellido), ya que el bebé estaba de pie. Sin embargo, eso no importó, porque “la hice pujar y cuando empezaron a salir las piernas y los brazos, se los uní rápidamente y salió la cabeza”, expresa.

Este niño falleció a los siete meses de nacido, pero Rosa asegura que “eso no fue culpa mía sino que se trató de algún otro problema del que no fui parte”, dice.

Publicidad

Esta tarea la comparte con el trabajo de lavar ropa, que le deja los ingresos para poder mantener a sus hijas.

Ella deja en claro que los médicos son quienes tienen más conocimientos especializados para atender a las embarazadas en el momento que pueda surgir una complicación, “como que  la boca del útero esté muy grande o que exista mucha carnosidad vaginal”, manifiesta.

Una circunstancia de riesgo le sucedió a una de sus tres hijas y ante esta situación no dudó en llevarla a la maternidad, porque considera que los equipos tecnológicos son necesarios para prevenir cualquier tragedia.

En el caso de las primerizas, lo principal, dice, es darle agua bendita para que puedan dar a luz tranquilas y serenas. Luego las hago caminar y finalmente pasan a la cama para parir. Después de unas tres horas, “ellas están saliendo a caminar con sus bebés”, relata Rosa Jama.

Publicidad

Por la tarea de atender los partos generalmente cobra entre 20 y 30 dólares. El contar con ella cerca (al igual que en otros casos) y la falta de dinero para solventar los gastos médicos de un parto, son motivos para que embarazadas de escasos recursos busquen a estas mujeres.

“Aprendí a ser partera como el guitarrista que aprendió a tocar sin notas”, dice Doris Vásquez, de 92 años, al referirse a esta tarea, que la efectúa desde 1928.

Ella se inició como practicante de enfermería en la clínica Palacios, en Manabí. Y fue allí donde conoció, a través de los libros que tomaba a escondidas, la terminología técnica de los médicos para referirse a las partes del aparato reproductor de la mujer.

Dorita, como la llaman sus vecinos del Suburbio Oeste, recuerda que al principio le dio temor; pero al observar el dolor y la desesperación de la mujer a la cual le realizó su primera intervención, tomó fuerzas y se encomendó a Dios para atender el alumbramiento.

“El doctor Palacios no estaba en la clínica y la señora casi se revolcaba de dolor; así que hice todo lo que había leído y visto en las sesiones de parto anteriores”, comenta esta anciana mientras muestra sus dedos largos con los que participó en ese proceso.

Cuando relata su primera experiencia en un parto explica: “Los dedos índice y medio se introducen por la vagina y elevan el hueso de la pelvis para facilitar la salida del bebé. Y una vez que la parturienta puja, empieza a salir la cabeza y de allí sale completo”.
Luego, cuenta, la misma familia y los amigos del barrio se enteraron y empezaron a traerme a sus esposas y conocidas para que las atendiera en la casa de Manabí.

No recuerda con exactitud cuándo vino a Guayaquil, pero probablemente fue cuando tenía 40 años. “Aquí la gente buscaba dar a luz y yo me puse a disposición para colaborar, y así empezó a conocerse mi trabajo”, señala.

Sin embargo, antes de cualquier intervención prefiere que la parturienta asista un mes o quince días previamente a su casa para verificar que el bebé esté en posición de salida, es decir, con la cabeza abajo. Si no lo está, toma con sus manos mentol o aceite de oliva para dar masajes al vientre de la embarazada y, dice, acomodar al bebé.

Después del parto, les prepara caldo de gallina criolla y les receta baños de montes como ruda de castilla y jazmín para relajar los músculos.