Había llegado borracho, pateando la puerta, insultando, exigiendo comida a destiempo. Algo en sus ojos denunciaba una rabia sorda. María aún soñolienta se había atrevido a preguntarle por qué llegaba tan tarde a casa. No alcanzó a terminar la frase y una cascada de golpes la derrumbó al piso dejándola inconsciente.
Los niños mayores huyeron despavoridos ante la brutal violencia de su padre. Solo la pequeña, la que aún dormía con su madre abrió sus grandes ojazos como enloquecida sin atinar qué hacer, ni tan siquiera llorar...

Patricia, una mujer joven, activa y profesional, llena de un aparente aplomo ante la vida, cada dos por tres acude a su oficina con unas enormes gafas oscuras. Ella sostiene a los demás que tiene los ojos sensibles, pero su secretaria ha visto que detrás de esas gafas se ocultan unas manchas violáceas, mudas señales de agresiones bárbaras. Patricia tiene mucha vergüenza que se sepa que su esposo, un hombre público, un político de aquellos que entrevistan por TV, la golpea regularmente, mientras que en pantalla habla de democracia y derechos humanos...

Cecilia dice que cuando lo conoció era un hombre agradable, atento y considerado, pero bastó que se casaran y que consolidaran su unión con un hijo, para que sus celos empezaran a aflorar de manera alarmante. La celaba de todo y con todos.
Una mirada ensoñadora, una frase poco afortunada, bastaban.
Sus celos terminaban en golpiza y después de los golpes venía a arrodillarse, a pedirle perdón urgiendo una pronta reconciliación y si no accedía argumentaba que el motivo era la presencia oculta de un amante y volvían los golpes, insultos y agresiones...

Estas historias muy usuales en la vida privada no son las que llenan las noticias en las páginas de los periódicos. Son muy tibias. Las que embelesan los titulares de las crónicas y noticieros son aquellas en que amén de la golpiza el cónyuge asesina con 40 puñaladas a su conviviente o aquellas en que narran en detalle cómo el marido estranguló a la mujer en presencia de los hijos o cómo unas niñas fueron violadas por su padre. Todas en titulares suculentos y morbosos.

El Estado ecuatoriano publicó en 1995 la Ley contra la Violencia a la Mujer y a la Familia y ha firmado todos los convenios internacionales de protección a la mujer (Cedaw, Convención Belem do Para, Declaración y Programa de Viena, etcétera) pero en la práctica muy poco se hace para validar esos derechos y no hay un día sin que la prensa informe de un caso bárbaro de agresión. Esto sucede por el fuerte ingrediente cultural que sustenta esta violencia dentro de un contexto social machista y por la creencia de la sociedad de ver todavía esta patología como un asunto privado (“en problemas de marido y mujer nadie se debe meter”), además del refuerzo que significan algunos programas que transmiten los medios de comunicación que acentúan estereotipos y conductas violentas y denigrantes. Se dice que de cada diez mujeres en el Ecuador, siete sufren violencia intrafamiliar, esta grave situación repercute en la calidad de vida de los ecuatorianos y en problemas básicos de salud física y psicológica.

El trabajo para concienciar y erradicar este mal debe iniciarse en la escuela en donde se enseñe desde pequeños a los niños y niñas a respetarse y valorarse en condiciones de equidad y justicia y a nivel social empezar a reconocer que la violencia intrafamiliar es un problema público y político, porque su solución involucra a toda la sociedad y tiene que ver con un cambio a una mejor calidad de vida de los ciudadanos y al respeto elemental y básico de sus derechos humanos.