Se llama Rosita y debe estar entre los 17 y 19 años. Nacida en Colta, trabaja completamente sola en una bodega enrejada. Vende frutas y abarrotes en general, se levanta a las 05h00, va al mercado mayorista y regresa a la tienda; debe tenerla abierta hasta las 22h30 de domingo a domingo.

Conserva su ternura, su anaco y decisión indeclinable del trabajo. Una o dos veces a la semana la visita su “primo” a pedirle cuentas.

Una jovencita que debería estar subiendo las escalinatas universitarias, es extorsionada por su propio coterráneo; y con ella, cientos de otras personas que sufren la misma suerte en nuestra ciudad, en los puestos de las veredas de calles como Pedro Pablo Gómez, en  casas de hacinamiento, e invasiones que pertenecen a capos indígenas que día a día traen más paisanos para ser explotados de por vida.

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La misma atrocidad se produce con mendigos e indigentes dirigidos por aquellos que piden caridad en cada esquina.

Guayaquil es la “casa grande del Ecuador” y jamás podrá segregar a estas personas, pero tendrá que censarlas y ubicarlas mediante sus entidades de servicio social, para que no sigan siendo abusadas por coyotes sin conciencia, y sancionarlos.

Clemencia Maldonado Mera
Guayaquil