Algo turbio ocurre con el Lincoln negro del asesor presidencial Óscar Ayerve. Eso quedó clarísimo en la última edición de ‘Este lunes’, donde Diego Oquendo se refirió a él con palabras que daban a entender sus orígenes oscuros (los del Lincoln, digo). ¿Tiene o no tiene usted un Lincoln negro? Había demasiada tensión implícita en la pregunta y el funcionario la respondió con un exceso de evasivas. Finalmente, casi entre dientes, reconoció que sí, que lo tenía. No dijo negro pero sí dijo Lincoln, y los periodistas (Oquendo y su anfitrión, Jorge Ortiz) lo celebraron como una pequeña victoria personal. Ajá, tiene un Lincoln.

Debo aclarar que luego de oír la insufrible verborrea televisiva de Ayerve, mi reacción normal es no creerle ni media palabra. Ante las cámaras, su estrategia es la misma de Roberto Bonafont, a saber: disponer de un repertorio de expresiones vistosas y proceder con ellas por aglutinación simple. Bonafont dice: “zapatos llenos de fútbol”, “mecanismo de relojería”, “rincón de las ánimas”. Ayerve dice: “partidocracia del pasado”,  “sociedad en su conjunto”, “transformación estructural”. Juntos, todos esos elementos suenan bonito, pero no dicen nada.

Por eso, con todo mi corazón, quisiera compartir la satisfacción que sintieron Oquendo y Ortiz cuando Ayerve dijo (y esta fue una de sus pocas frases con sentido) “tengo un Lincoln”. Pero resulta que yo del Lincoln no sé nada. Y los periodistas, por lo que entendí, lo que saben no lo pueden decir, o porque no están seguros o porque no quieren comprometerse. Así que, en lugar de explicarnos en dónde diablos está lo malo de tener un Lincoln negro, se limitaron a sembrar la suspicacia. Curiosa manera de practicar el periodismo esta que, no por primera vez, reivindican Ortiz y Oquendo: pasa sin solución de continuidad del “soy un hombre bien informado” al “pero que conste que no dije, pregunté”. O sea: nada.