Los tramitadores invaden el Registro Civil de la ciudad ante la vista de sus empleados.

Afuera del Registro Civil, a pocos pasos de la puerta de ingreso, los fotógrafos y tramitadores acosan a quienes acuden a este lugar, sin importar su aspecto o condición; para ellos todos resultan clientes potenciales.

“Tómese la foto antes de entrar”, “usted tiene cara de que va a sacar cédula, venga y la ayudo”, se escucha a un supuesto fotógrafo.

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No se puede avanzar sin escuchar ofertas casi al oído. Sus ojos lucen ansiosos y despiertos en busca de clientes.

“Si necesita una cédula porque la perdió, necesita traer una denuncia notariada y su certificado de votación”, dice otro de ellos. Pero la falta de documentos no es un impedimento real para obtenerla. 

“No se preocupe (dice el supuesto fotógrafo mientras baja la voz), también se puede sacar sin los papeles, cuesta más pero sí se puede. Vamos adentro que en media hora la sacamos”, señala.

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A cuatro metros de allí,  en el pasillo dentro del Registro Civil, rodean a la gente.

En la puerta de ingreso, un vigilante privado cuida de posibles desmanes, pero eso no impide que se coloquen ahí. Hombres y mujeres gritan sus servicios para que los desorientados usuarios se les acerquen buscando información.

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En Cedulación
Juana Rivera, acompañada de su hija de cuatro años, necesita conseguir una cédula porque se la robaron. Con voz apesadumbrada se queja: “Estos señores me quieren cobrar 10 dólares más de lo que cuesta el trámite, nadie me dice dónde empezar para hacerlo sola, me cargan de un lado a otro”. El trámite que Juana necesita cuesta cuatro dólares, según la ley.

Carmen (nombre ficticio por cuanto esta persona decidió no identificarse) trata de renovar su cédula. Ella prefiere no averiguar cómo obtener su documento. Directamente contacta a una de las tramitadoras que la lleva a hacerse las fotos y le pide que la espere en el pasillo. Carmen no la pierde de vista, teme que se escape con su dinero, pero escoge hacer esto antes que la fila, junto al resto de gente.

Otro tramitador, un hombre alto y con voz fuerte, ofrece sus servicios y asegura tener todo listo en quince minutos.

¿Y las partidas de matrimonio? se le pregunta. “Esas demoran de 8 a 15 días, venga yo se la saco rapidito, deme los datos, ¿qué día se casó?”.

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Más adelante otra voz llama la atención. Luce más confiado y “experimentado” en su actividad. “Claro que lo podemos hacer, no se preocupe, ¿cuál es el número de acta y de tomo, se acuerda?”.

-No lo recuerdo con exactitud, confiesa.

-“Ok deme su cédula, con eso nos basta”. Él le permite acompañarla a efectuar el trámite e ingresar a la oficina de estas dependencias. El tramitador que ofreció sus servicios directamente empieza la búsqueda.

La mujer entabla conversación con otra que se halla a su lado que también recibe igual tipo de “ayuda”.

Esta última, en su nueva cédula aparecía casada con alguien que no conocía. “Vine a renovar mi cédula y aparezco casada con alguien a quien nunca he visto en mi vida”, expresa. Quien la ayuda le informa que no existen datos de filiación de su supuesto “esposo”. Está preocupada, no puede realizar un trámite para un terreno en el Municipio porque en los datos que presentó, su esposo es otro.

El tramitador que busca la partida de matrimonio la llama y le pide que también revise tomo por tomo. “Aquí está”, dice el sujeto, luego de 23 minutos. Es cierto, ella reconoce su firma.

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