Tengo sobre mi escritorio un pliego de periódicos ordenados cronológicamente, en ellos se habla de políticos corruptos, persecuciones a la prensa, concentración de poderes, afanes dictatoriales y al otro lado, muy cerca de la computadora, temblando como una rosa al golpeteo del teclado, una edición antigua en hojas biblia del Quijote descansa ajena de las barbaries adyacentes.

Los periódicos enrollados como serpientes y subrayadas algunas noticias con marcador rojo los guardé con la finalidad de revisarlos para hablar sobre la atrocidad que significa para nuestra sociedad, la intolerancia y la violencia como respuesta al derecho a disentir; pero el temblor y la viva presencia de este libro antológico con su promesa de deleite y reflexión me han obligado a detenerme sobre sus amarillentas páginas.

En los tiempos de barbarie y de irrespeto que vivimos, en que algunos políticos manchan toneladas de tinta en los periódicos, es interesante observar la antítesis entre lo intrascendente y lo trascendente, lo efímero y lo intemporal, lo superficial y lo importante. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, un personaje literario creado por la pluma del maestro de la novela moderna don Miguel Cervantes Saavedra, prosigue, a pesar de sus 400 años, cabalgando y luchando por el mundo, deshaciendo entuertos, exigiendo justicia, luchando contra los corruptos y los mentirosos. Es solo un personaje literario que nació de la imaginación afiebrada de un soldado pobre que se debatía en la miseria, pero está más vivo, más lozano, más lleno de bríos y de verdad que muchas otras “lumbreras” actuales cuya vida y trascendencia expirarán apenas pase el cargo u autoridad que a base de promesas y de engaños consiguieron. Hoy, figuras de escaso valor hacen noticia y se arma revuelo y alboroto, después de algunos años no sabemos cuál será su legado para la posteridad, más allá del despojo y la traición; el tiempo, “gran escultor”, como dijera la Yourcenar, pondrá a cada cual en su sitio y pulverizará en la nada a aquellos que ofendieron al país.

Desde hace muchos años se viene haciendo una clase de política destinada a la concentración mezquina de poderes de grupos o familias; hace muchos años el país vive de sacudón en sacudón; de escándalo en escándalo, algunos de nuestros políticos antes de servir a la patria se han servido provechosamente ellos mismos, obteniendo de esta ingrata manera la casa de sus sueños, los automóviles de lujos, las haciendas y florecientes empresas. Su mérito ha residido en las uñas largas, lambonerías y cabildeos y no en principios ideológicos. El Quijote, en cambio, ese loco sublime, lleno de altruismo y sueños de justicia, fue conocedor del arte del buen gobierno y dio precisas instrucciones a su escudero Sancho Panza acerca de la equidad y justicia; mostró desde adentro cómo es el pueblo que sufre en un magnífico retablo de caracteres y nos enseñó a valorar la verdad como el supremo bien. Bien valdría que nuestros políticos, leyeran El Quijote y sacaran provecho de las sabias lecciones de este hidalgo que encarnó el amor por los desposeídos, enseñándonos a través de los siglos que es bueno luchar por ideales aun a riesgo de chocar contra molinos de vientos; porque el Quijote, a su manera, era un político, pero de los buenos, alejado del cinismo, la mentira y la corrupción.

El Caballero de la Triste Figura, el loco más cuerdo de la literatura, seguirá, lanza en mano, hablándonos a través de los siglos con su mensaje de humanismo y libertad, mientras existan hombres y mujeres sedientos  de justicia y de saber que quieran sumergirse en sus divertidas y ejemplares páginas.