Acabo de evaluar dos cursos universitarios, cuyos exámenes me permiten asomarme a ese entretejido de la psiquis que es el estilo. Y como soy profesora de redacción, entre otras cosas, doy fe de que a escribir se aprende escribiendo.

Ubico a mis alumnos en una sala de computación y les doy todo el tiempo del mundo para construir un texto lo suficientemente largo y pensado, como para demostrar que pueden manejar una estructura lógica, unas habilidades de argumentación y una perfecta corrección idiomática. Buena parte de ellos sale avante después de un año de lidiar en el ruedo de la lengua. Otros necesitan de corridas suplementarias y los incito a tomar esa realidad, con humildad. En materia de idioma español, los esfuerzos tempranos se devengan durante toda la vida.

Tomo en cuenta los criterios que se han inclinado por sostener que el Ecuador vive actualmente una dictadura. Los escribientes han sido perceptivos de los sofismas con que la mayoría parlamentaria, en apoyo a las intenciones del Presidente, introdujo sus ya “famosos” cambios. Forzados a argumentar para cumplir con una consigna de redacción, advierto la violencia que se hacen a sí mismos para tratar un tema tan importante como este: es que los avatares de la política repugnan a buena parte de la juventud. Un modelo de acción pública en este país, arrastrado hacia la sentina de mentiras y procederes que hoy dominan, no puede ser atractivo sino para quien desea seguir los pasos del fácil ascenso al poder y al dinero. Y todavía los jóvenes, si es que se lo plantean como meta ya tocados por la contagiosa plaga corruptora, no son tan cínicos como para confesarlo de manera expresa. Cuando ellos discuten o escriben, hablan de valores, de denuncias, de moralización de un país que sienten cada vez más estrecho para sus futuros inmediatos.

Frente a estos testimonios, me pregunto por la ceguera persistente de quienes ostentan las actuales posiciones de autoridad. O lo que es peor, por la deliberada incursión en los oscuros meandros de la ilegalidad y el contubernio. ¿Con qué discurso educarán a sus hijos?, ¿todavía valdrá el “haz lo que yo digo y no lo que yo hago” que fuera apotegma de formación en un pasado tortuoso?, ¿se podrá mantener la autoridad de padres consejeros y protectores cuando se está mintiendo y trampeando públicamente?

Mis jóvenes alumnos descargan las críticas en el papel, pero viven lo más alejados de las esferas que señalan con el dedo. Ingenuamente creen que sus caminos no se cruzan con los que tienen las huellas de contaminación política, todavía se resguardan en el sector privado de empresas y universidades que no han sufrido la presencia gubernamental. O que la soportan como al huésped indeseable.

Los adultos sabemos que el aire entero del Ecuador está viciado por un vendaval de exhibicionismo verbal y manejado por maniobras que calculan los intereses de los grupos de privilegio. Y que si hay alguien a quien le interese gobernar para el futuro de esos jóvenes, debe de estar tan perdido entre la maraña de la burocracia y la componenda, que difícilmente conseguirá resultados.