No todo el mundo quiere estar sano. En el síndrome de Münchhausen, los pacientes se quejan de dolores que en realidad no existen. Estas fantasías pueden inducirlos a dañarse a sí mismos o a alguno de sus hijos.

El Síndrome de Münchhausen es un trastorno psicopatológico y psiquiátrico de suma gravedad en donde el paciente miente compulsivamente para recibir algún tipo de tratamiento médico, sea este en forma de medicación, internación o, incluso, operación. Inventa síntomas, los exagera o se hace daño a sí mismo, mientras se mueve de hospital en hospital y de doctor en doctor. En su conducta errática va simulando distintos males y, aunque este engaño es consciente, no alcanza a ver que sufre de un trastorno grave que podría llegar a afectar su salud y acabar con su vida.

Sus características principales incluyen una sucesión de hospitalizaciones y pruebas diagnósticas, un cierto dramatismo en la forma de relatar su supuesto mal y el intento de no hablar de su historia clínica o internaciones previas. Es muy común que tengan antecedentes policiales y de adicción a las drogas. Suelen ser personas inteligentes y poseen conocimientos, tanto de las enfermedades como de las prácticas médicas. Este trastorno psiquiátrico afecta principalmente a los hombres de entre 19 y 62 años pero ni las mujeres ni los niños están exentos de sufrirlo.

Publicidad

En la edad pediátrica existen dos formas. En el síndrome de Münchhausen infantil es el menor el que imagina los síntomas, que son generalmente trastornos urinarios o dermatológicos. Suele aparecer en adolescentes de entre 10 y 15 años y no existe ninguna relación con el nivel socieconómico de la familia. En el síndrome de Münchhausen generalmente es la madre, y a veces el padre, quien simula los síntomas o motiva al joven a que lo haga. En este caso, la víctima alcanza hasta los seis años de edad y el progenitor habría sufrido antecedentes del mismo mal. Aunque llega a la consulta relatando todo tipo de dolencias, el hijo se muestra sano y en buena forma cuando sus padres lo dejan solo con el profesional. En este tipo de abuso infantil, la madre se muestra sobreprotectora y se niega a alejarse del niño. Sin embargo, está menos preocupada que los médicos y las enfermeras, con quienes desarrolla un trato muy familiar. La relación con su hijo es extremadamente simbiótica y se la ve amable e incluso alegre. Está extrañamente calmada, incluso durante momentos de crisis, y al indagar más en la situación, se averigua que la relación con su marido no es buena, el matrimonio está pasando por tiempos tormentosos y él no se ocupa demasiado de su hijo.

Aunque en todos los casos las pruebas diagnósticas no coinciden con lo que dicen los pacientes, es un mal muy difícil de diagnosticar y a los mismos médicos suele costarles detectarlo. Puede comenzar con la invención de síntomas benignos pero, si la condición se agrava, el riesgo de daño es muy alto ya que lleva a la ingestión constante de todo tipo de sustancias para simular la enfermedad. Además, las personas se someten a tests y tratamientos sumamente invasivos que pueden generar complicaciones.

Las consecuencias a nivel laboral y familiar son muy graves ya que las relaciones se deterioran y las personas cercanas no saben si están frente a un trastorno psicológico o físico, y pueden no darse cuenta a tiempo de la necesidad urgente de consultar con un profesional.

Publicidad

Es muy difícil determinar la incidencia de esta enfermedad por distintas razones, entre ellas, que no todos los casos son detectados. Puede haber sospechas, pero no certezas, con respecto a un paciente en particular y, además, confirmar el diagnóstico puede tomar al menos entre 6 y 15 meses. Por otra parte, los profesionales son muchas veces reticentes a admitir que desconocen lo que tiene un paciente o que no saben qué tratamiento prescribir.

Se calcula que entre 2 y 4 personas por millón padecen esta enfermedad. El 75% de los afectados sufre daños físicos de distintos niveles de gravedad y el 10% del total muere, la mayoría de ellos niños.