La próxima semana estaremos en las calles de Quito. Estaremos muchos, no importa el número, pero seremos multitud. Más o menos que en Guayaquil, tampoco importa: simplemente nuestras voces deben resonar. Porque la democracia y el respeto a nosotros mismos, a nuestros hijos, así lo exigen. La democracia es un sistema fácil de engendrar y difícil de hacer vivir. Requiere muchos cuidados, muchas luchas diarias. Porque no puede nunca ser solo un entorno de derechos, las responsabilidades y deberes inevitablemente surgen exigiendo su espacio. Tenemos muchos derechos: a la libre expresión, a la libre elección, a la justicia independiente. Pero tenemos la enorme responsabilidad de no callar: el silencio es un derecho que solo podemos ejercer dentro de ciertos límites (la libertad se define como un sistema donde no podemos permitir que se coarte nuestra libertad). Por eso estaremos en las calles: para no permitir que el paso del tiempo consolide a jueces que han tomado de fuerza a la Corte Suprema, o partidos políticos que se van enquistando en otros tribunales. Nuestra libertad se va coartando a medida que desde Panamá llegan más instrucciones.

Pero yo quiero estar en esa marcha, únicamente rodeado de ciudadanos políticos (porque esta es una acción política, ya que reivindica nuestros derechos colectivos), no quiero estar inmerso en una marcha de políticos politiqueros. No quiero que la Izquierda Democrática o cualquier otro partido político, crea que mis pasos son un voto público apoyando su campaña presidencial del 2006. Los partidos políticos son desgraciadamente indispensables en democracia, ya que toda agrupación electoral termina (disimuladamente o no) en esa categoría, pero los partidos en el país no merecen ni mi respeto ni mi apoyo. Han construido el país de sus intereses, levantando fortalezas para esconder sus maniobras: todas las empresas del Estado, el Congreso, el Seguro Social, las cortes, los tribunales.
¿Las cortes y los tribunales? Claro, porque estaremos en las calles para exigir su independencia del poder político, del poder de este Gobierno, pero también del poder de las demás agrupaciones políticas que las han manejado a su gusto y antojo en los últimos ¿20 años? ¿50 años? ¿150 años?

Me gustaría que en la marcha solo estemos los ciudadanos y organizaciones que (por lo menos hasta ahora) sentimos que nos representan: Participación Ciudadana, Convergencia Democrática, Ruptura 25 (jóvenes que deben ser apoyados… mientras no tengan la tentación de la politiquería y del cambio de rumbo). Me gustaría que los partidos políticos tengan derecho a marchar, pero no en primera fila, sino inmersos en la multitud. Que por una vez tengan la grandeza (¿la pueden tener?) de haber participado en el llamado a la marcha y su organización (donde eran quizás necesarios), pero luego se fundan en la masa, sin banderas ni discursos. Perdón: no me gustaría que eso suceda, exijo a los organizadores que eso suceda. Y exijo que mi mensaje sea oído: voy a marchar (inmerso en la multitud) por nuestros derechos, no por ningún partido político ni por ninguna personalidad política.