Una mirada al origen de nuestras aspiraciones autonómicas nos demuestra que nunca existió un luchador ni gestor solitario de esta permanente búsqueda. Sin embargo, hay quienes presumen de serlo; además, al sufrir sueños de opio y vanidad enfermiza, sostienen que bastan tres abracadabras a la Constitución para lograrlas. Por eso debemos entender que tiene más enemigos de los que suponemos, quienes ocultos bajo una piel de oveja, reclaman su paternidad y proponen “salidas” para frustrarla. La permanente demanda de autonomía, trabajo y desarrollo pacífico, los costeños la llevamos en la médula de los huesos como característica que se pierde en nuestro recóndito pasado.

Al estudiar la historia de la Provincia Libre de Guayaquil (Manabí, Los Ríos, El Oro y Guayas), podemos descubrir que las aspiraciones autonómicas son inmanentes a la naturaleza de sus pobladores. De allí que, cuando se han hecho insoportables los atropellos e injusticias causadas por la constante maquinación y agresión, propia de quienes se aferran a la práctica de una forma de gobierno perversa y excluyente, la sociedad civil guayaquileña siempre ha encontrado sus líderes en el camino.

Cuando el colonialismo impuso monopolios y disposiciones adversas al libre comercio, que frenaban el desarrollo de la Provincia de Guayaquil y la posterior disolución de las Cortes de Cádiz por Fernando VII, Olmedo, el eterno liberal autonomista, fue perseguido y debió permanecer oculto en Madrid. Mas, vinculado a políticos ilustrados españoles, enriqueció sus ideales y cuando volvió a Guayaquil en 1816, pasó a ser el más calificado idealista y defensor de los derechos del hombre. Pero, señalado por la Corona como insurrecto, debió mantenerse al margen para no comprometer a los conjurados.

La independencia estaba latente en la sociedad civil y para explotar esperaba la primera coyuntura. Pese a contar en su seno con ilustrados patriotas como Luis Fernando Vivero, Francisco Marcos, Francisco M. Claudio Roca, entre otros, todos ellos principales de la ciudad, cifró sus esperanzas en Olmedo, que estaba centrado en el estudio de normas adecuadas para, llegado el momento, convertir a la provincia en una sociedad democrática.

Finalmente, el 10 de octubre de 1820, la recién independizada Guayaquil, hastiada del sometimiento colonial, lo eligió catalizador del cambio que la sociedad exigía para sobrevivir como ente político autónomo. Escogido entre otros notables, la ciudad le confió el gobierno civil, y debió asumir el mando como el gran conductor de la Provincia Libre. Olmedo, el líder ilustrado, surgió de la demanda civil y en su momento actuó como ejecutor de la transformación administrativa que demandaban las circunstancias.

Cuando la sociedad guayaquileña, harta de la dictadura de Bolívar, se rebeló el 16 de abril de 1827, encargó al mariscal La Mar el comando de la lucha federalista. El centralismo y militarismo extranjero floreano fue aplastado el 6 de Marzo de 1845 por el pueblo de Guayaquil y el liderazgo de Olmedo. El conservadurismo, ultracentralista y reaccionario, enervaba al pueblo costeño, y forzado al alzamiento, halla en Eloy Alfaro su sostén para alcanzar el triunfo del 5 de junio de 1895. La historia guayaquileña nos muestra que la lucha autonomista siempre ha surgido de la sociedad civil; y de ella, el líder que supo interpretar sus requerimientos.