Por fin ya le estoy entendiendo al Coronel. Él es según se viste. Ahora, por ejemplo, que carnavaleó en Salinas en short, estuvo meditativo, medio parco de pronuncia. Mientras trotaba se pasó craneando las contramarchas para la marcha de Quito, las nuevas preguntas para la consulta, pidiendo a Lión que él mismo se levante la inmunidad, y solicitando a las víctimas de los atentados que ya dejen de hacerse más autoatentados. Pero se le vio distendido, como si las olas amainaran sus ímpetus, como si el short le cerrara un poco la boca. ¡Qué alivio!

Yo creo que el Coronel se pone bueno cuando se despoja de esos ternos que siempre le quedan grandes, y de las corbatas, que también. ¿Ya ven lo que le pasa cuando se disfraza de cowboy y se sube al caballo que no creo que es de cowboy sino de Sociedad Patriótica? Ahí también se transforma. Se le ablanda el corazón y, al primer corcoveo, pide apoyo a la prensa. No pues apoyo para no caerse del caballo, sino “apoyo y sensibilidad para trabajar como ecuatorianos”.

¿No les enternece? ¡A mí también! Ojalá el Coronel siempre estuviera en shorts o disfrazado de cowboy. Porque, en cambio, cuando está disfrazado de Piere Cardin y Gucci, se entiesa y dice que los periodistas son unos miserables.

¿Qué será lo que le pasa? Tal vez ha de ser que, cuando se cambia de ropa y se ve en el espejo cómo se va transformando en trotón o en cowboy, se ilumina y piensa que lo que necesita es tener el apoyo de nuevos miserables, porque todos los que ya tiene no son suficientes. ¡Qué inspirado que se pone el Coronel cuando se cambia de traje!

¡Vamos conmigo, periodistas miserables, a trabajar como ecuatorianos!, grita el Coronel mientras se sostiene en su montura y se pierde por los polvorientos caminos por los que va a hacer justicia, ahora que ya tiene también una cantidad de miserables para hacer justicia. ¡Qué bestia!, es que mucho es el Coronel para aglutinar miserables! ¡Cómo se le juntan! ¡Cómo le siguen! ¡Cómo obedecen a su llamado!

En el Congreso también agrupó una cantidad de miserables, tantos, que logró hacer mayoría. Y es que es difícil, para qué también, que alguien no se acoja a su convocatorio y se resista.

Y en el Gabinete, ¡cómo tiene miserables! Fu, como para prestar y regalar. Y todos son bien leales, y siguen nomás siendo miserables a tiempo completo, sin mosquearse.

Ojalá que cuando el Coronel vuelva a ponerse terno no se arrepienta de haber hecho ese llamado a los miserables de los periodistas porque ellos, según creo, han de estar felices de marchar con las huestes del Coronel a donde él les ordene. Porque por algo son miserables, pues, y saben que ellos lo que tienen que decir es que todo lo que hace el Coronel está bien hecho y todo lo que dice está bien dicho, tal como dicen todos los miserables que le siguen por la playa o por los caminos polvorientos del lejano oeste, porque si no dejarían de ser miserables y el Coronel ya no les contaría entre los suyos, y hasta se quedarían sin trabajo, los pobres, y ya no pudieran dar empleos a sus parientes, ni embajadas a sus hermanos, ni rango de ministro a sus secretarias privadas. Ni nada mismo.