Eran como las 10 de la mañana del 6 de noviembre de 1961, y al colegio San José La Salle llegó apurado mi tío Pedro Rizzo para sacarnos de clases a sus dos hijos y a mí, porque zumbaba la bala en Guayaquil, especialmente en los alrededores del Palacio Municipal, hacia donde avanzaban en manifestación los alumnos vicentinos, quienes protestaban beligerantes contra el cuarto velasquismo.

Como yo vivía a una cuadra de ese edificio del Municipio, lo más prudente era ir al domicilio de mi tío en el bulevar Nueve de Octubre, frente al Palacio de la II Zona Militar.

Permanecían cerradas las persianas en la casa de mi tío, pero me coloqué solito junto a la ventana, medio abrí una de esas persianas y con curiosidad miré lo que ocurría.

Media hora antes del mediodía, parquearon allí varios automóviles oficiales, y desde un auto negro bajó el presidente Velasco Ibarra, quien rápidamente ingresó al Palacio Militar junto a su comitiva.

Por estar de par en par la gran ventana del balcón en el Palacio de la II Zona, vi claramente que cierto momento Jaime Nebot Velasco se aproximó al balcón a fin de mirar hacia la calle, para de inmediato acercarse a Velasco Ibarra, algo le dijo, y el Presidente de la República caminó hacia el balcón.

Allí, el doctor Velasco, de cuerpo entero hizo un parco saludo hacia la esquina sur de Nueve de Octubre y Lorenzo de Garaycoa, donde estaba arremolinado un grupito curioso y pacífico de ciudadanos que no sumaban más de doscientas personas.

Esa gente no reaccionó al saludo del Presidente, y el doctor Velasco repitió un segundo saludo algo más desenvuelto, pero la gente de pueblo permaneció sin inmutarse en dicha esquina.

Finalmente, Velasco Ibarra hizo un tercer saludo desde el balcón, ahora sí empleando toda la fogosidad de conductor de masas que le era tan característica.
Alzando y estirando sus dos brazos los estremeció repetidamente queriendo enlazarse con el sentir popular, aquel sentimiento del que él siempre demostró conocer sus secretos desde cada balcón, en cualquier ciudad o pueblo ecuatorianos.

En ese instante supuse para mí lo que también imagino supuso Velasco Ibarra, de que así podía iniciar con esos dos centenares de guayaquileños una marcha velasquista por la ciudad en día tan conmocionado políticamente y adverso para su gobierno.

Pero sucedió lo inusitado.

Algún ciudadano de dicho grupito tuvo el coraje de gritar ¡Abajo Velasco!, y los dos centenares de personas secundaron iracundos la misma protesta.

¡Abajo Velasco! ¡Abajo Velasco!

El griterío fue impresionante.

El doctor Velasco Ibarra titubeó unos segundos, emergió en su rostro tremenda indignación, volvió a cruzar sus brazos sobre su pecho, dio enérgicamente media vuelta, salió molesto del balcón e ingresó a la oficina del Palacio de la II Zona Militar.

Las patrullas militares hicieron con sus armas varias ráfagas al aire, la gente de civil corrió en estampida para ponerse a buen recaudo y luego de 3 minutos esa parte del bulevar volvió a quedar en impresionante silencio.

Pasaron otros 5 minutos y el presidente Velasco Ibarra bajó de la II Zona Militar con toda su comitiva, abordaron los vehículos oficiales y se fueron velozmente con dirección al norte por la calle Lorenzo de Garaycoa.

De inmediato, detalle por detalle les conté a mis familiares aquello de lo que yo recién había sido testigo, y aunque Velasco Ibarra dejó de ser presidente al día siguiente, me atreví a decirle a mi tío Pedro en ese mismo mediodía del 6 de noviembre de 1961: ¡Velasco se cayó!

Es que no había surtido efecto tan mentado carisma, allí, desde ese balcón del Palacio de la II Zona Militar en el bulevar guayaquileño.