Cuando se vienen feriados tan largos como el de Carnaval en algunas personas como yo se produce un desconcierto: ¿qué hacer en esos cuatro días? Claro que me gustan los feriados, a quién no le gustan, sobre todo cuando hay mucho trabajo de por medio por culpa del multiempleo al que nos vemos abocados los profesionales de la clase sándwich que nos esforzamos por vivir con dignidad.

Nos empezamos a preguntar qué hacer en esas vacaciones para descansar, y la misma pregunta ya produce una sobrecarga de adrenalina y de estrés porque hay que examinar, calcular, sopesar detenidamente el volumen de la billetera, aterrizar las aspiraciones que hablan de cinco días y cinco noches maravillosas en Tenerife o en Cancún, ver si la pobre tarjeta hinchada durante el mes aún resiste un golpe más y por último comprobar, ¡es increíble! Comprobar si aún hay cupo en esos vuelos charteados que hablan de viajes maravillosos a Cartagena, San Andrés o Curazao, páguelo diferido y sin intereses y que se venden como el remedio milagroso contra el estrés. Increíble, sostengo, porque una piensa que la gran mayoría de la gente no tiene dinero y está asfixiada con las deudas, al menos eso dicen las estadísticas que consulto semanalmente, y me encuentro con la abrumadora realidad que los vuelos están llenos, que los cupos están tomados y que no hay  espacio ni para un alfiler. Desilusionada además porque esas “gangas de infarto” ofrecen un precio tentador en su publicidad y cuando una coge el auricular para hablar con la agencia le destajan la cabeza de la pura impresión de los sobreprecios, pero aun así y pese a esos golazos, los cupos están llenos y las reservaciones tomadas. ¡Qué vainas, me digo! Pero no desisto, el estrés del descanso obligado me hace examinar muy detenidamente hoteles de la Ruta del Sol y de otras provincias. Llamo apuradamente y me responde una señorita con voz soñolienta y tono de quien nos hace un gran favor: Lo sentimos, todas las habitaciones están tomadas, no hay espacio. Cómo, replico, –pues sé llegar siempre al mismo lugar cuando voy a esa playa– si el hotel es enorme, además (pruebo a tentarla) estoy dispuesta a pagar el doble. Y la misma señorita con voz aburrida de no sé qué, puesto que se supone que ser recepcionista es su trabajo, gruñe: Eso no es ninguna novedad señora, por Carnaval las habitaciones cuestan el doble. Al escuchar esto recuerdo una imagen de Condorito cuando, sorprendido, hace ¡plof! ¿Y cómo es que la gente no tiene plata?, continúo preguntándome desengañada porque la perspectiva de estar frente al mar, escuchando el rumor de las olas y tomando un buen baño de sol es seductora y además cuatro días son largos y la vida es corta y en el mar la vida es más sabrosa.

Empiezo a buscar otras vías, a examinar otros espacios, es increíble todo está tomado, los cupos llenos, los precios triplicados. La playa con su paisaje de sol, que en Carnaval más que playa parece un hormiguero, en el cual no hay dónde poner un pie, empieza a desvanecerse convenientemente en mi imaginación y empiezo a sentar cabeza, me digo intentando convencerme, si es que no sale otra cosa, quedarse en la ciudad quizá no sea tan malo, apertrecharse con unas buenas películas, terminar de leer algunos libros y salir a turistear en los malls para aplacar calores, quizás sea la perspectiva más realista porque, pretendo creerlo, quizá por estos feriados en el mar la vida no es tan sabrosa.