Me quedaré cavilando alrededor de la palabra misma. Según el diccionario, es libertad para que un individuo disponga de sí mimo, luego se aplica a un país, gobierno, región. Siendo europeo, hijo adoptivo de esta tierra, casado con guayaquileña, padre de una hija franco-ecuatoriana, de mis raíces guardé un eclecticismo absoluto, abertura hacia todos, sin tomar en cuenta color de piel, estado socioeconómico, nacionalidad, filosofía. Me lastima que un pueblo pueda partirse por motivos religiosos, geográficos, económicos. Vemos episodios de violencia, esporádicos brotes de terrorismo, odio, rencor, háblese de Iraq, Palestina, Israel, España. En Bolivia la autonomía podría convertirse en pesadilla.
En Ecuador, divisiones aparecen entre católicos, testigos de Jehová, mormones, adventistas, carnívoros, vegetarianos, blancos, negros, indígenas, emelecistas, barcelonistas. Palabras despectivas aparecen. Serranos y  costeños se convierten en longos, monos, norros, marcianos, aun cuando muchas veces existen entre ellos lazos de parentesco. Hubiera podido casarme con una mujer quiteña, cuencana, de cualquier otra provincia, pues el amor no sabe de barreras. Soñé que la marcha del PRE cruzaba sin violencia el cordón policiaco. Se juntaban los guayaquileños y los que no lo son. Eliminaban letreros, banderolas, unían almas, corazones. ¿Por qué apareció siempre con inmensa luz una de las marchas mientras la otra tenía derecho a tomas lejanas, castradoras, oscuras, fugaces?
Quiero tener amigos sin tomar en cuenta su color político, el partido al que pertenecen.

Reivindico mi derecho a tener compañeros entrañables en Quito, en Cuenca, en Guayaquil, Manta, Portoviejo, Esmeraldas, Bahía de Caráquez. Mañana talvez conoceré a estupendos individuos del Oriente, indígenas de gran valía. Hay la hora del cebiche, el locro, la chicha, la cerveza, el seco de chivo, el mote pillo. La Sierra ofrece paisajes sobrecogedores; la Costa,  playas infinitas que podrían envidiar muchos países. Si hablamos de autonomía, tenemos que “ecualizar” nuestro afecto interno. Jorge Carrera Andrade no tiene por qué competir con Adalberto Ortiz o Miguel Donoso Pareja. Son partes del mosaico mágico que convierte la tierra ecuatoriana en milagro de fertilidad, creatividad. ¿Acaso Diners, el Banco Central del Ecuador no son los mayores impulsadores de la cultura nacional? ¿Debemos poner en tela de duda su ubicación geográfica? ¿Acaso la tierra manabita no tiene personalidad propia, tradiciones culturales, gastronómicas, reconocida generosidad? Me emociona cuando un ecuatoriano pronuncia mi nombre con un dejo diferente. Es hermoso tener amigos que expresen su afecto con acento particular.

Se confunde a veces autonomía, centralismo, regionalismo, independencia, federalismo. Quizá lo más importante no sea la autonomía sino lo que hagamos con ella. Talvez lo esencial sea el amor a una tierra única, de gente valiosa, llena de cualidades, defectos, como la de cualquier otro país. Nos hace falta recorrer el terruño, palparlo desde todos los ángulos, llenarnos de orgullo, conocer más su poesía, su arte, su artesanía. ¿Vieron de qué manera los argentinos, en el Teatro Colón de Buenos Aires, ovacionaron de pie a una orquesta sinfónica ecuatoriana integrada por intérpretes costeños, serranos, extranjeros, tocando música de compositores nacionales?