Si solo se escucha a una persona, para empezar, es asombroso cuánto lo escucharán a uno. La mayoría de los europeos, sin embargo, están convencidos de que George W. Bush es sordo, que no puede escuchar ni oír. Tan solo probar que no es sordo, y que por tanto los europeos no necesitan gritar, obraría maravillas.

Después de pasar diez días viajando por Gran Bretaña, Francia, Alemania y Suiza, tengo una pequeña sugerencia para el presidente Bush. Le sugiero que cuando vaya a Europa para enmendar las pobres relaciones políticas el mes entrante, dé solamente un discurso. Debería pronunciarlo en su primera parada, en Bruselas, y debería consistir de, básicamente, tres palabras: “Lean mis orejas”.
Permítanme expresarlo tan explícitamente como puedo: No hay nada que los europeos quieran escuchar de George W. Bush, no hay nada que quieran escuchar de George W. Bush que vaya a cambiar su opinión con respecto a él o la guerra en Iraq o la política exterior de Estados Unidos. Bush es repudiado más amplia y profundamente en Europa que cualquier otro presidente en la historia estadounidense. Algunas personas aquí deben tener algo bueno que decir sobre él, pero aún no he conocido a ninguna.

En un ambiente de esta naturaleza, lo único que Bush podría hacer para cambiar la opinión popular con respecto a su persona sería viajar a lo largo de Europa y no decir una sola palabra, sino meramente escuchar. De hacerlo, Bush dejaría una muy buena impresión sobre los europeos. Desarmaría y confundiría por completo a personas de este continente, y mejoraría considerablemente su propia imagen. Todo lo que haría falta de él serían unas cuantas palabras: “Lean mis orejas. He venido a Europa para escuchar, no para hablar. Les daré mi discurso sobre Europa cuando regrese a casa, después de que haya escuchado lo que ustedes tienen que decir”.

Si Bush efectivamente hiciera lo anterior, ninguno de los expertos europeos sería capaz de desmenuzar sus discursos aquí y burlarse de las contradicciones entre sus palabras y sus acciones. Ninguno de ellos comentaría con respecto a su discurso y lo que le faltó mencionar. Más bien, todos los comentaristas europeos, así como los políticos y manifestantes, empezarían a pelear entre sí con respecto a qué decirle al presidente. Eso incluso podría forzar a los europeos a dejar su viejo hábito de meramente decir, “George Bush”, para que todos rían o se burlen con desdén, como si eso pusiera fin a la conversación.

Escuchar también es una señal de respeto. Es una señal de que uno efectivamente valora lo que la otra persona pudiera tener que decir. Si solo se escucha a una persona, para empezar, es asombroso cuánto lo escucharán a uno. La mayoría de los europeos, sin embargo, están convencidos de que George W. Bush es sordo, que no puede escuchar ni oír. Tan solo probar que no es sordo, y que por tanto los europeos no necesitan gritar, obraría maravillas.

¿Qué escucharía Bush? Una parte son las clásicas “euro quejas”, fácilmente descartables. Sin embargo, otra parte de lo que escucharía es algo muy sentido, incluso conmovedor. Lo escuché mientras hacía entrevistas en el Pony Club, bar y salón de belleza, de moda en Berlín del Este. Y cada vez pienso más que eso explica la razón por la cual muchos europeos sienten un desagrado tan intenso hacia Bush. Es lo siguiente: a los europeos les encanta burlarse del ingenuo optimismo estadounidense, pero, muy en el fondo, lo envidian, y desearían que Estados Unidos fuese ese lugar abierto y despreocupado que acoge a los extranjeros con tonto entusiasmo, mismo que la cínica y vieja Europa nunca pudo ser. Muchos europeos jóvenes culpan a Bush por convertir a Estados Unidos, desde los atentados del 11 de septiembre, en una nueva y extraña tierra que exporta temor, más que esperanza, y que se ha vuelto sombrío y ensimismado en un solo tema; un lugar cuyo saludo a los visitantes ha pasado de “Denme a sus cansados, a sus pobres”, a “Denme sus huellas digitales”.

Tim Kreutzfeldt, el propietario del bar, me dijo: “Bush nos quitó nuestro Estados Unidos. Quiero decir, nosotros amamos a Estados Unidos. Estamos muy tristes con respecto a Estados Unidos. Nosotros creemos en Estados Unidos y los valores estadounidenses, pero no en Bush. Y nos enoja que él haya distorsionado la imagen que teníamos del país que es tan importante para nosotros. No es lo que Estados Unidos representa, y eso nos enfurece y debería enfurecer a cada estadounidense, porque Estados Unidos perdió muchísima de su reputación en escala mundial”. El equipo de Bush, agregó, le está dando a todos en el mundo la impresión de que “alguien va a ir a matarte”.

Stefan Elfenbein, crítico culinario que bebía una cerveza en nuestra mesa, añadió: “Conozco a muchas personas que ya no quieren viajar a Estados Unidos. La gente teme ser acosada en la frontera. Todos lo discutimos, cuando alguien va a Estados Unidos le preguntamos: ‘¿estás seguro?’ Habíamos albergado la esperanza de que John Kerry ganara e hiciese una declaración, ‘Estados Unidos ya volvió a ser lo que era hace cuatro años. Nosotros esperábamos que él sería ese símbolo, la figura que diría (Estados Unidos) es el país que da la bienvenida a todos, de nuevo’. (Sin embargo) ahora tenemos que esperar cuatro años más para que con suerte alguien nos devuelva el país que conocimos y que nos agradaba”.

Sí, sí, existen puntos legítimos para dar respuesta a todos esos argumentos. Sin embargo, antes de que alguien aquí escuche a Bush exponiendo esos contrastes, él primero tendrá que escucharlos realmente.

© The New York Times News Service