El poder de Dios

Estimados hermanos:

Es reconfortante saber que la fe depende del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres, como hoy recuerda San Pablo a los corintios.

Publicidad

Cuando el Apóstol evoca su llegada a aquella que luego sería una gran comunidad cristiana, recuerda que se sentía débil y “temblando de miedo”.

Llegaba en efecto a una cuidad grande y próspera, cosmopolita, culturalmente situada en la avanzada de su época.

Allí anunció a Jesucristo y muchos quedaron convencidos; no arrastrados por el magnetismo de una personalidad desbordante, sino íntimamente convencidos por la gracia de Dios. Ese es siempre el estado natural de una vida cristiana digna de tal nombre, que no se sostiene por virtud de la tradición heredada, ni mucho menos en algún interés o en la pereza mental. Es por la gracia de Dios que el corazón del creyente se encuentra “firme y sin temor”, como dice el Salmo.

Publicidad

Conscientes  de la fuente y de la base de la convicción cristiana, sin vanidad alguna por tanto,  sabemos también que hemos sido constituidos como “luz del mundo”. Luz llamada a brillar, para disipar tinieblas y equívocos, para señalar los caminos realmente interesantes.

La convicción cristiana nos es dada para compartirla, con el testimonio de los hechos y con la persuasión de la palabra acertada. A los más autosuficientes y desinteresados, a los más endurecidos por los choques de la vida, hemos de hablarles de Jesucristo para propiciar el encuentro personal con el Salvador. Con mayor razón, desde luego, a los hermanos en la fe, a los parientes y amigos más queridos y cercanos.

Publicidad

Con todo afecto, su arzobispo.