En las variadas circunstancias de la vida pastoral y social de nuestro país, la voz oficial de la Iglesia es la de los señores obispos. Pues bien, ante la píldora del día siguiente, esa voz está plasmada en la Carta del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

La carta expone principios de carácter ético y moral de la doctrina permanente de la Iglesia frente a aspectos relacionados con la transmisión de la vida y con la vida misma. También señala el objetivo que es defender la vida misma, y afirma: “La Iglesia Católica, apoyada en serios estudios médicos y científicos sostiene que la vida humana comienza desde el momento en que el óvulo es fecundado: es allí cuando empieza la vida de un nuevo ser humano”.

Dice que defender la vida se ha vuelto tarea difícil en nuestros días, cuando por diferentes caminos emerge una “cultura de la muerte”, promovida y mantenida por algunas voces, tras de las cuales es posible que hablen no pocos intereses, particularmente económicos. Esto resulta paradójico en una sociedad que frecuentemente se autoproclama respetuosa de los derechos humanos y que, sin embargo, no ve contradicción alguna en atacar la vida precisamente de los más débiles e indefensos, las niñas y niños no nacidos.

Los embarazos no deseados y no deseables son un problema. Pero –aclara la carta–, que un problema no se resuelve creando otros problemas ni, menos aún, recurriendo irresponsablemente a la solución criminal del aborto. No faltan quienes, envueltos en aires de falsa modernidad, llegan a proclamar el aborto como un derecho de la mujer a  tomar decisiones sobre su cuerpo. Nada más falso, puesto que el ejercicio de la propia libertad tiene un límite infranqueable: el derecho a la vida de los demás. El nuevo ser concebido ya no es “su cuerpo”, es una vida nueva.

Como la investigación médico- científica no prueba aún que aquella píldora no elimina una vida humana, no justifica el uso. Como tampoco justifica en casos extremos de violación e incesto. Ojalá se cumplan los postulados del Código de la Niñez y de la Adolescencia, pues los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a la vida desde su concepción. Aclara, finalmente, “si queremos evitar las consecuencias negativas de una sexualidad irresponsable, que se guía exclusivamente por el placer y el egoísmo, hay que ir por otro camino: el de una verdadera e integral educación sexual, que no se reduce a enseñar el uso del condón, de la P.D.S. y otros artificios engañosos, que ya han demostrado su incapacidad para disminuir los embarazos no deseados o detener el alarmante crecimiento del VIH”.

Concluye manifestando que la Iglesia Católica está dispuesta a unir sus esfuerzos a los de todas las personas que están a favor de la vida y colaborar en una verdadera educación sexual de niños, jóvenes y adultos... y los invita a no tener miedo de vivir la castidad... y de alinearse decididamente a favor de la vida.