Lo que diferencia a los seres humanos de los otros seres vivos es la capacidad de pensar, de sentir, de crear, de compartir, de elegir, de disentir, pero nada de esto sería tangible sin la palabra. Ellas son las que nos permiten expresarnos, pero como somos seres sociales, seres en compañía, solo tienen sentido cuando son reconocidas por el otro o por los otros.

Tienen mucha fuerza las palabras y una vez pronunciadas los demás las reciben, las interpretan, las recogen, las difunden, las escuchan, las estudian, las procesan, las contestan, las refutan. Tienen, pues, el poder de iniciar y propiciar el diálogo, en el que se basa toda convivencia civilizada, desde la vida en familia, hasta la vida en la nación.

Es el diálogo el que permite manifestar acuerdos y desacuerdos, esperanzas y desesperanzas, aprobaciones y desaprobaciones, y buscar soluciones satisfactorias para todos. La palabra es instrumento clave en la vida de los seres humanos, es la única forma, propiamente humana de expresar pensamiento y de oponer ideas y criterios.

Es por esto que el derecho a la libre expresión del pensamiento es uno de los derechos humanos y es por esto que lo consagran la mayoría de las constituciones, entre ellas la nuestra en el artículo 23.

Pero es por esto, también, que muchos temen a las palabras, cuando quisieran que solo se escuchara su voz, que todo se hiciera a su manera, que todos manifiesten acuerdo con su quehacer y su forma de entender el país y el mundo y cuando no quieren que se divulguen sus errores, se comenten sus desatinos, se critiquen sus acciones. En fin, cuando quieren actuar como dueños absolutos del país y de la verdad.

Pero en una democracia, las voces de los ciudadanos son importantes, escucharlas es la única garantía del gobernante de que su quehacer es aprobado por el pueblo, y hay que escuchar a los seguidores y a los opositores, porque se gobierna para todos. Cuando la oposición crece, cuando las voces que reclaman rectificaciones son muchas, algo muy serio significan y en un gobierno demócrata deben ser escuchadas y deben ser el principio de la evaluación de su quehacer.

Para eso son las palabras, para ser escuchadas, para ser respondidas, con ideas, no con insultos o preconceptos. Cuando se les teme a las palabras es cuando crece la violencia, cuando el palo, el golpe, la bala, la intimidación ganan espacio.
Pero si la palabra es la expresión de lo que caracteriza al ser humano que es el pensamiento, cada vez que se renuncia a ella para reemplazarla por expresiones de violencia, estamos trabajando para que nuestra sociedad sea menos humana.
Por eso es responsabilidad de los gobernantes desenmascarar a los violentos, aplicarles la ley y restaurar el reino de la palabra. Porque cuando callan las palabras, la democracia muere.