Diversas entidades de Salinas iniciaron los arreglos para que las dos playas de este balneario: Chipipe y San Lorenzo, se encuentren aptas para recibir a los turistas que acuden en el feriado de carnaval. Sin embargo, aún hay dificultades.
 
Un muelle marca la diferencia entre las playas de Salinas. San Lorenzo, desde el Barceló Colón Miramar hasta el Yacht Club, y Chipipe, desde este punto hasta la Base Naval, son balnearios llenos de contrastes, pese a que el paisaje que muestran es idéntico: edificios, parasoles multicolores y mar azul.

En San Lorenzo es común el encebollado en triciclos, los churros en las esquinas, los chuzos y choclos, y un centenar de comerciantes que ofrece desde una pulsera hasta trenzas y tatuajes.

En Chipipe hay kayak, motos acuáticas y tiene menos de la mitad de comerciantes, que se concentran en ofrecer artesanías y deportes acuáticos.

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Álex Tumbaco, un comerciante de artesanías oriundo de La Libertad, lo dice convencido: “Aquí viene gente de La Libertad y Santa Elena o llegan en tours desde Guayaquil. En Chipipe hay más gente de plata. Aquí vendo más”, indicó.

El hombre, perteneciente a la Asociación de comerciantes Jesús, amigo fiel, concluye: entre más metros de playa tiene, mayor son las opciones de vender su producto.

El carnaval constituye su mejor oportunidad del año. Dice que cuando se acaba la temporada no le queda otro camino que cambiar de oficio. La tagua y las conchas quedan guardadas y él se va a trabajar en laboratorios de larvas.

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Mientras, Chipipe y San Lorenzo (en especial esta última) constituyen una opción  turística para los viajeros, para los 864 comerciantes de la playa, según los registros de la Capitanía del Puerto, son el único sustento diario.

“San Lorenzo sí ha mejorado y está limpia porque quiere traer más turistas, pero aún tiene problemas”, agrega Tumbaco, subido en una de las 14 torres de salvavidas que tiene la playa.

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Se refiere a los pedazos de columna de granito y cemento y a las gradas destruidas que aún se observan en la playa, por el Museo Naval y del Instituto Nacional de Pesca, de los restos del antiguo muelle.

No es lo único. Para él y su compañero Darwin Quimí, un nativo de Manglaralto, resulta una hazaña conseguir un baño cada día que recorre la playa. No hay baterías sanitarias. “Solo las instalan para carnaval, pero después se llevan todo.
Esto queda solitario y luego de la temporada, cuando vienen turistas de la Sierra, no hay guardias ni salvavidas”.

Ellos deberán alquilar el servicio en un local cercano, a $ 0,25 y a 0,50, si se requiere un balde de agua para ducharse.

La situación es similar en Chipipe. En los 50 años que lleva trabajando Teófilo Panchana en esta playa, nunca han tenido una batería sanitaria en la playa. Su alternativa es correr frente al Municipio del cantón, junto a la iglesia, para hacer uso de los baños públicos más cercanos, o buscar un terreno baldío.

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Ruth Rivadeneira, una guayaquileña, de 36 años, tiene el mismo problema. Con sus hijos, de 7 y 3 años, ha aprendido a correr intempestivamente por la arena y llegar a un restaurante cercano para alquilar el baño en $ 0,25.

Sin embargo, no es todo lo que le incomoda. Considera que hay muchos vendedores ofreciendo artículos de playa, sobre todo en los feriados.

Él cree que el sector ha tenido cambios notorios: “había más inseguridad, animales Y basura en la playa”.

Panchana no cree lo mismo. “Todo está más bonito, pero hay delincuentes y la gente no tiene vestidores”.

Pese a ello, la difusión sigue. Compañías de servicios y artículos de temporada pagan por auspicios en las 25 torres (14 en San Lorenzo y 11 en Chipipe). El costo es de $1.000 anual y, según Julio Veintimilla, capitán del Puerto, son para pagar los salvavidas.