Con la solidaridad y adhesión de la juventud quiteña y cuencana, de los alcaldes de Quito, Atuntaqui, Cuenca, Loja y Machala, y la presencia policial, los guayaquileños vencimos el temor que trataron de infundirnos y serenamente expresamos nuestro amor a la ciudad. Familias enteras: abuelos, hijos y nietos de todos los estratos sociales, marchamos con dignidad para repudiar en paz pero con firmeza el irrespeto e insulto sistematizado hacia nuestra ciudad. Con altura se enfrentó la ofensa y agresión de los soberbios envanecidos que, sin recursos racionales ni argumentos para armonizar al país, recurren a la amenaza y la calumnia.

Hombres y mujeres de barrios populares marcharon con sus representantes. Miles de personas con los variados matices propios de las clases media, alta y baja; catedráticos, maestros, académicos, rectores de la Espol, de la Universidad Católica y de otras universidades que, aunque un poco silenciadas, ocuparon sus propios espacios. Estudiantes de ambos sexos, de los niveles medio y alto, ciudadanos de bajo perfil nunca antes vistos, periodistas, pasivos de las Fuerzas Armadas. Discapacitados, montubios, afroecuatorianos, actores y músicos; empresarios, dirigentes de las cámaras de la Producción. En fin, los más variados componentes de la estructura social citadina, dieron al traste con el anunciado y anhelado fracaso.

Como no podía faltar entre la abigarrada multitud campeó, en numerosas pancartas, la espontaneidad y desparpajo característico costeño. Entre estas una especial, escrita con faltas de ortografía evidenciando su origen, que en clara alusión a la acusación de mercenarios endilgada a los guayaquileños, decía: “tu madre me dio los sincuenta dolares”.

También estuvieron presentes nuestros dinámicos autonomistas. Vehementes, e impacientes por alcanzar la vigencia plena de su ideal; seguros de su propuesta, pues el resultado de la consulta popular está aún vigente y pese a que el oficialismo asegura que este es un movimiento separatista, la hace obligatoria para constituirnos lo antes posible como un Estado autonómico, unitario y solidario.

Pero, al ser un movimiento tan vital para nuestra supervivencia, debemos movernos al margen de la improvisación, del entusiasmo y la precipitación; evitar que nuestro empeño por alcanzar la “Autonomía y Unidad Solidaria”, como único recurso para integrarnos en un nuevo Ecuador, salga de nuestras vísceras. Por tanto es forzoso generar un ideario, pues planteamientos sin sustancia serán fácilmente neutralizados por los centralistas, nuestros archienemigos. Sin considerar al “triunfo” boliviano, esbozar un proyecto, llevarlo al debate nacional entre personas válidas, pero mucho más allá de la reunión de quienes pensamos igual, de quienes coincidimos, que estamos convencidos y no hay que catequizar.

Para evitar el fracaso y alcanzar la permanencia de esta forma de gobierno que proponemos, requerimos de un liderazgo decidido que la haga crecer y la conduzca a la discusión, maduración y difusión. Para neutralizar la feroz oposición que vendrá y propalar las bondades del sistema, serán necesarios más  medios de comunicación propios o parciales; enlodarse los zapatos y llegar a las masas populares. Nuestra propuesta no solo debe impulsarse en tertulias, debates y foros elevados, sino llevarla en un mensaje de puerta a puerta para explicarla a las bases sociales, pues, tan significativa transformación para la supervivencia del país que propiciamos no puede plantearse tan a la ligera.