Sin lugar a dudas, el punto geográfico más conocido de Ecuador en el extranjero es el Archipiélago de las Galápagos y el objeto artesanal más célebre de nuestro país en el mundo es el sombrero Montecristi o Jipijapa, nacido para protegerse del sol y del calor. Los artesanos que lo tejen han desarrollado aptitudes particulares, asociadas a la paja toquilla (carludovica palmata), elemento natural de la región. Prenda ligada a la historia y a la tradición del país desde hace varios siglos, los conquistadores españoles fueron atraídos por unas originales tocas (origen del nombre toquilla) usadas por los nativos de Manabí. Ligero y flexible, posteriormente fue llamado “Panama hat” debido a la comercialización que inició el español Manuel Alfaro en Panamá alrededor de 1850, cuando ese país era la ruta casi obligada de los aventureros que se dirigían hacia California atraídos por la fiebre del oro; y fue su hijo, Eloy Alfaro, natural de Montecristi, quien, durante la construcción del Canal de Panamá en 1880 continuó el negocio de su padre, generando así su fortuna. A mediados del siglo XIX, Cuenca inaugura una fábrica de sombreros de paja toquilla, adquiriendo la materia prima en Manabí y contratando tejedores de esa provincia a fin de enseñar el arte del tejido a sus obreros. Hoy subsisten allí unas pocas fábricas que, con dificultades, prosiguen con el negocio.

Usado por los conquistadores, presidentes, escritores, artistas, testas coronadas y más celebridades mundiales de ayer y de hoy, no existe sombrero en el mundo que pueda competir con el legendario “Montecristi”. Considerado como una auténtica obra de arte, Brent Black, gran especialista del “Montecristi fino”, en el prefacio del libro Panamá, un sombrero legendario, escribe: “Para mí es inimaginable que este sombrero haya sido tejido por manos humanas”, y exhorta a crear una demanda para salvarlo. Desafortunadamente, para continuar este arte, transmitido de generación en generación, quedan hoy pocos tejedores, protagonistas anónimos, envejecidos a través de un prolongado itinerario creador sin esperanza. Sus descendientes ya no se interesan en esta artesanía, pues no tienen ningún aliciente. Mal pagados y sin ninguna protección, atrapados en el desequilibrado sector de la economía informal, tienden a emigrar pese a que son ellos los detentadores del saber de sus abuelos. Urge otorgárseles incentivos para desarrollar esta labor y no desaprovechar su potencial creativo y productivo, habida cuenta que el país pierde con la desaparición inminente del sombrero Montecristi, puesto que la artesanía tradicional constituye una fuente de riqueza en constante renovación, así como un activo económico y una memoria histórica para enriquecer el patrimonio cultural, de ahí que los tejedores de este sombrero merecen un trato privilegiado. En Japón, se nombra “tesoros vivientes” a los viejos artesanos, otorgándoles facilidades para transmitir su saber.

Se hace imperativo: a) Un museo que narre la historia del sombrero Montecristi, ya que el carácter etnográfico de las exhibiciones proporciona al público nacional y extranjero la oportunidad de penetrar en realidades que le son casi desconocidas. b) Obtener el derecho de propiedad intelectual de este sombrero para evitar el uso abusivo de otros que se traduce por copias de mala calidad y por ausencia de beneficios para los creadores ecuatorianos. Con éxito, Panamá lo ha hecho con sus molas y Costa Rica, con su campaña de marca país.