Viudas de fallecidos en el Cenepa se quejan por incumplimiento del Estado y planteles privados en la entrega de becas.

Luego de diez años de la guerra con el Perú en el Cenepa y frente al clamor de los ex combatientes, el Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas (Issfa) anunció ayer el aumento de pensiones para los héroes, mediante dos decretos ejecutivos que rigen desde el 1 de enero pasado.

El director del Issfa, general Rodrigo Jarrín, señaló que de esta forma se incrementan las pensiones de los 1.202 ex combatientes de los conflictos armados de 1941 y 1995.

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Las viudas e hijos de las víctimas del Cenepa piden mejorar el sistema de becas.

“Mis compañeros me dicen que debo vivir orgulloso de ser hijo de un héroe del Cenepa. Claro que es así, pero me da tristeza. Siento ese vacío que debe llenar un padre”. Jonathan Santiago Villacís Chiluiza, 11 años.

“A mi padre no lo conocí en persona, pero sé que murió en el Cenepa. Mi madre y otras personas dicen que fue muy bueno; mis compañeros de escuela me preguntan qué se siente ser hija de un héroe. Es difícil, me hace mucha falta”.
Angélica Espinoza Cedeño, 12 años.

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Las frases de dos huérfanos de los héroes del Cenepa sintetizan el sentimiento de vacío que dejaron sus padres, una década después de sus muertes en el conflicto con el Perú.

Jonathan es hijo del entonces cabo primero de las Fuerzas Especiales, César Alonso Villacís Madril, que perdió la vida el 5 de febrero de 1995. Cursa el séptimo año de educación básica en la escuela Jaime Andrade, de Latacunga, ciudad en la que vive con su madre, Cecilia Chiluiza.

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Angélica reside en Durán, con su madre, María Cedeño, y su hermano, Fausto, de 14 años. Es hija del héroe Fausto Espinoza Pinto, oriundo de Palestina e integrante de las Fuerzas Especiales.

Los dos casos se asemejan no solo por el vacío sentimental sino –según sus madres– por la falta de cumplimiento por parte del Estado y la sociedad en cuanto a las ofertas y leyes que les ofrecían beneficios, sobre todo en la dotación de becas.

Angélica, por ejemplo, terminó la primaria el jueves pasado, pero no acudió al acto de incorporación porque su madre no tenía para cancelar los $ 125 que adeudaba por pensiones y derechos de grado en la escuela Naciones Unidas, de Durán.

María Cedeño abraza a su hija y llora porque –indica– los $ 250 que recibe como pensión no le alcanzan para educar a sus dos hijos. Ninguno pudo acceder a las becas.

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“Me cansé de ir de plantel en plantel. En el mejor de los casos solo me exoneraban la pensión pero debía cancelar grandes cantidades, que no tengo, por matrícula y uniformes”, explica Cedeño.

El 31 de marzo de  1995, el gobierno de Sixto Durán-Ballén expidió la denominada Ley de Gratuidad y Reconocimiento Nacional a los Combatientes del Conflicto Armado del Cenepa. En ese cuerpo legal, entre otras cosas, se establece la entrega de dos becas para los hijos de combatientes muertos o discapacitados por parte del Instituto Ecuatoriano de Crédito Educativo y Becas (IECE).

Asimismo obliga a los planteles educativos fiscales y particulares a educar gratis a los hijos de los soldados fallecidos o mutilados.

“Todo fue al comienzo. Duró unos dos años, después pasó a depender de la voluntad del director o rector”, menciona Cecilia Chiluiza, madre de Jonathan Villacís, quien recibe $ 24 cada tres meses del IECE.

Su primer hijo, César Guillermo, de 23 años, es soldado del Ejército. Cecilia dice que su ideal era acceder a la Escuela Militar Eloy Alfaro, de Quito, para convertirse en oficial. Los $ 180 mensuales que ella obtiene como pensión no le eran suficientes. Igual cosa pasó cuando intentó acceder a la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE).

La Asociación de ex Combatientes del Cenepa, que agrupa a las viudas de los héroes caídos en combate y a los mutilados, tiene un registro de 168 niños y jóvenes beneficiarios.

Hay casos en los que pese a las dificultades, los hijos de los héroes han concluido sus estudios. Héctor Chimborazo, hijo del sargento Segundo Chimborazo, uno de los 34 caídos en la guerra, es teniente del Ejército y labora en el Batallón Zamora, de esa ciudad oriental.

Delia de Chimborazo, su madre, señala: “Doy gracias a Dios que a mí sí me apoyaron con las becas y pude salir adelante con mis hijos”. Además de Héctor, su otro hijo, Wilson, de 25 años, es ingeniero y trabaja en textiles; Marco, de 22, se graduó de bachiller electrónico, y Miriam, de 19, cursa el primer año de Administración en la Universidad Central.

La pensión que percibe Delia es de $ 180 al mes, pero ella considera que lo más importante fue su decisión de salir adelante con su familia.

El presidente de la Asociación de ex Combatientes del Cenepa, sargento Jorge Bolaños, destaca que la mayoría de hijos de los héroes muertos y los mutilados estudia en los colegios y academias militares.

La razón la explica Jonathan Villacís: “De grande quiero ser cadete y graduarme como oficial, para ser como mi padre y mi hermano”.

A sus 11 años y a una década del conflicto del Cenepa, Jonathan resalta el sacrificio de su padre, César. “A los héroes deberían recordarlos siempre. Mi padre ofrendó su vida por el Ecuador”, destaca.

A mi padre le conozco solo en fotos. Solo sé que cayó en la guerra. Por eso pido que no se olviden de nosotros porque ellos (los 34 héroes) murieron defendiendo al Ecuador.

Angélica Espinoza
Hija de fallecido en el Cenepa