Un video muestra a un soldado ecuatoriano con una herida profunda en la pierna izquierda. Tiene el rostro hinchado, un corte en una  ceja y otro en la cabeza.
Cuatro compañeros lo asisten, mientras otros están con sus fusiles en alto.

El cabo Fabián Rosado (nombre protegido por ser miembro activo del Ejército), junto a dos compañeros, mira ese video. Aprieta sus puños, se muerde los labios y dice: “Es Anchico. Estábamos rodeados, murió desangrado”.

Aquel instante de la guerra del Cenepa, filmado por  la patrulla Los Chamberos del Grupo de Fuerzas Especiales Nº 26, de Quevedo, muestra, desangrándose, al cabo Agustín Anchico Murillo, uno de los 34 héroes caídos en combate.

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Ese video también inmortaliza el momento en que la vida del hoy cabo Rosado cambió por la obsesión de salvar a su compañero, a quien lo cargó  tres días, herido, y otro periodo similar cuando ya estaba muerto. Rosado sufrió de psicosis, enloqueció y estuvo asilado  por más de dos meses en un hospital. Hoy continúa en la rama militar como integrante de una unidad de élite de las Fuerzas Especiales. Tiene esposa, dos hijas y muchas ganas de vivir.

Su relato resume la crueldad de la guerra del Cenepa, diez años después de aquel episodio que, pese a todo, cubrió de gloria al Ecuador.

“A inicios de febrero nos destacaron a un puesto entre Tiwintza y La Y. Nos comunicaron que a las seis de la tarde nos iban a atacar los peruanos. Fue así, a las seis y media en punto nos lanzaron el primer rafagazo. El entonces teniente, hoy capitán Patricio Calle nos dijo: Señores estamos rodeados. Aquí cada cual cuida su pellejo. De aquí solo los que quedamos vivos saldremos. Él no salió. Nos enfrentamos durante la noche, el siguiente día y la próxima madrugada, a las dos y media tuvimos una emboscada envolvente y ahí murió.

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“Sufrimos y peleamos con entrega. Integraba una patrulla denominada Los Chamberos. Teníamos la orden de limpiar un destacamento enemigo, como sea. Encontramos a unos doce peruanos inexpertos en combate. Les cogimos.
Llevábamos el remordimiento de que a un compañero lo encontramos descuartizado y sentíamos la misma maldad. Les quitamos las mochilas que llevaban con verde molido. Eso nos sirvió porque como estábamos encerrados nos faltaba el abastecimiento y comíamos hojas y un camacho dulce, agua no nos faltó. A los doce peruanos los tuvimos prisioneros  dos días, después por orden superior los dejamos ir, descalzos y desnudos.

“Después en La Y nos dimos de bala con una patrulla de seis miembros. Vieron que éramos más y los tomamos prisioneros. Luego los liberamos. En uno de esos combates quedó herido Anchico. Tenía una herida en la pierna, una esquirla en la cara y otra en la cabeza. Le dimos los primeros auxilios. Debí cargarlo. Murió a los tres días, desangrado porque no llegaba el helicóptero, por temor al enemigo.

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“Cuando mi compañero murió, además tenía a otro herido con una esquirla en la espalda. Llamábamos por la radio y le decíamos que lo sacaran que no queríamos que fueran dos muertos. Ahí nos dijeron que subiéramos a una elevación y llegó el helicóptero.

“Vi morir a Anchico, a Rosero, a Freddy Castro y eso me afectó, especialmente lo de Anchico. Había momentos en que perdía la razón, mis compañeros me dijeron meses después  que deliraba, quería seguir cargándolo. Gritaba que quería salvarlo. Mis compañeros decían que era inútil. Yo lo cargaba muerto y en una de esas nos encontramos con una patrulla peruana. Me tiré al suelo y me cubrí con su cuerpo. Creyeron que yo también estaba muerto y me salvé. Esa noche me había puesto muy mal y a inicios de marzo me evacuaron.

“Viví un estado de psicosis. En el Hospital Militar pasé casi dos meses y poco me acuerdo de los primeros días. Dormía con los ojos abiertos porque si cerraba veía a mi compañero herido. A mi familia no la reconocía al comienzo. El tratamiento se dio con ayuda de médicos estadounidenses. Puse de mi parte, pero  fue difícil.
El encierro me desesperaba y me escapé. Anduve por algunas ciudades y los militares me seguían.

“No es que me invente, pero casi todos los compañeros que estuvimos adentro tuvimos problemas psicológicos. A nadie le deseo  la guerra, porque  es dura, cruel. Por eso le digo a los jóvenes de ahora que sepan vivir en comunidad, que se preparen. Yo entregué todos mis conocimientos, parte de mi vida y mi espíritu por el país. El enemigo es el enemigo. Me recuperé, volví al Ejército y pido que atiendan a mis compañeros que están jubilados”.

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