El viernes, Jorge Ortiz se reivindicó con María Paula Romo, del grupo Ruptura de los 25, y le concedió el tiempo de una entrevista completa. Digo que se reivindicó porque, unos días antes (en ‘Este lunes’, para ser exactos) le colgó el teléfono de la peor manera: “sáquenme esa llamada del aire”, ordenó mientras la susodicha estaba en uso de la palabra. Y así se hizo. El desplante es tanto mayor cuanto que el tema que se trataba (a saber: la inconstitucionalidad de la Corte Suprema de Justicia) obedecía, precisamente, a una propuesta de Ruptura de los 25.

Hay que entender a Ortiz: estaba apurado. Daba golpecitos nerviosos sobre la mesa, prodigaba indicaciones a diestro y siniestro (parecía un director de orquesta que señala la entrada de los músicos pero no escucha lo que tocan) y repetía, una y otra vez: “brevemente, por favor, brevemente”. Fue la frase más remachada del programa. A María Paula Romo, sin cuya iniciativa él habría estado hablando de otra cosa, le concedió 30 segundos y le cortó la palabra a los 20.

“Tengo muchos invitados y prefiero hacerlo aceleradamente todo”, justificaba. En efecto, entre participantes presentes en el estudio, llamadas telefónicas y ciudadanos consultados en la calle, el programa contó con más de veinte voces.
Ortiz se manejó entre todas ellas con la celeridad de Frank Palomeque cuando pasa de un concurso a otro sin darnos tiempo de decir “a todo dar”. La pregunta es: ¿tiene algún sentido tratar de esa manera un tema tan complejo?

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Desde luego que se agradece a Ortiz (lo mismo que a Carlos Vera) su preocupación por mantener viva en la pantalla la oposición a la Corte de facto.
Eso está muy bien, pero, ¿no se lograría mejor ese objetivo si se hiciera un esfuerzo por profundizar un poco, digo, por densificar el debate? Porque en 20 segundos, no queda más que lanzar una consigna. Y eso solo alcanza para convencer a los que ya están convencidos.