Sobre la autonomía hay dos cosas que están claras. La primera, que la mayoría de guayaquileños la desean fervorosamente, considerándola la única fórmula que nos queda para salir del estancamiento económico que pesa sobre la ciudad. Así lo volvió a demostrar la Marcha Blanca, que se convirtió al final del día ya no en un reclamo para que regresen los policías privados sino en un multitudinario pronunciamiento a favor de la autonomía inmediata.

No cabe pues seguir discutiendo si las autonomías son buenas o malas. Si algún valor le concedemos al derecho a la autodeterminación de los pueblos, debemos buscar una salida urgente a este dilema.

El problema radica en que la segunda cosa que está absolutamente clara sobre las autonomías es que nadie sabe exactamente qué son.

En la Marcha Blanca eso también quedó en evidencia. Para algunos, autonomía es sinónimo de independencia: el miércoles desfilaron con exóticos carteles: “República de Guayaquil independiente”. Para otros, más reflexivos, es una descentralización radical. Entre esos extremos hay un amplísimo abanico de concepciones más o menos claras.

Jaime Nebot, que se ha convertido en el líder de este proceso, está consciente de esa dificultad y la ha tratado de resolver con una fórmula pragmática, muy propia de Nebot: la autonomía se hace al andar. Ya iremos viendo en qué consiste. Ahora lo importante no es discutir sino hacer.

Pero el asunto no es tan sencillo. Hace unos días León Febres-Cordero recordaba el ejemplo de España, donde llevan un cuarto de siglo con las autonomías y todavía no encuentran la fórmula definitiva. España, además, ha tenido a su favor un cuarto de siglo de economía en ascenso. Un divorcio o una separación de bienes son más sencillos cuando hay dinero; en medio de la pobreza, hasta decir chao resulta complicado.

El problema con una estrategia empírica como la que propone Nebot es que podríamos acabar como Bolivia, donde la autonomía de Santa Cruz no fue el resultado de un plan meditado sino de una revuelta dirigida por avivatos.

Por eso es urgente que los dirigentes del proceso autonómico se esfuercen por aclarar varias preguntas: ¿Qué hacemos con la renta petrolera? ¿Guayaquil reclamará una parte de la misma? ¿Y qué hacemos con la deuda externa? ¿Cómo nos la repartimos con el resto del país? Alguien dirá que Guayaquil no recibió de la deuda ningún beneficio, pero el resto de ecuatorianos opina lo mismo. ¿Y qué hacemos con las Fuerzas Armadas o con la burocracia central?
¿Cómo nos distribuimos el costo de las mismas?

Todas estas preguntas tienen respuestas. Pero no será fácil hallarlas.
Porque se requerirá de estudio, paciencia y mucha voluntad para negociar, tres cualidades que no abundan en nuestro medio político.

Hace poco menos de un siglo Antonio Machado escribió unos bellísimos versos: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…”. Pero desde entonces, el mundo ha evolucionado y hoy nadie aceptaría una carretera que no fuese construida por ingenieros.
Hoy los caminos se hacen primero con planos y computadoras, es decir con la cabeza. Sin una idea clara de qué es la autonomía, no terminaremos autónomos sino en el abismo.