Probablemente esto se deba a que el Presidente de la República está acostumbrado a lidiar con una oposición política beligerante, de cuyas arremetidas ha salido hasta ahora ileso. Pero sería un gravísimo error si el Presidente no comprendiese que lo del miércoles no fue una operación política palaciega. Hay un enorme abismo entre el intento de juicio político contra el Primer Mandatario –que no prosperó por insuficiente apoyo popular– y la Marcha Blanca. En esta ocasión, la diferencia radicó en la abrumadora presencia de sectores ciudadanos.

No fue una élite política la que reclamó rectificaciones sino un amplísimo segmento social.

Desearíamos que el Presidente comprenda estos argumentos. Ojalá.
Pero corremos el riesgo de que no ocurra así. La pasión y los intereses particulares a veces pesan más que la razón.

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En ese caso, la responsabilidad de los dirigentes de la Marcha Blanca será compleja: porque como líderes de un importantísimo sector descontento deberán saber lidiar entre un Gobierno que no escucha y una Constitución que se debe respetar.