La guayaquileña María del Carmen Montesdeoca fue testigo del tsunami que, hace exactamente un mes, asoló las costas de varios países del sudeste de Asia mientras vacacionaba en Tailandia y dio su testimonio de la tragedia.

Ella narra cómo salvó su vida al decidir, el día del tsunami,  visitar un pueblo de la montaña en lugar de la playa de Kata, en el arrasado departamento tailandés de Phuket. 

Hoy se cumple el primer mes de la tragedia que provocó la muerte de al menos 280 mil personas, además de 290 mil desaparecidos y más de un millón y medio de niños que requieren ayuda humanitaria.

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Además aún hay el peligro de epidemias y se calcula que un 5% de los sobrevivientes del tsunami podrían sufrir desórdenes mentales.

María del Carmen Montesdeoca, actriz de teatro, ecuatoriana, fue testigo del tsunami que el pasado 26 de diciembre devastó a varios países del sudeste de Asia y da su testimonio de la tragedia.

“En Camboya, el calor tropical me recordaba a mi amado Guayaquil. En el viaje me empezó a entrar un pavor a la muerte. Una noche tuve un sueño: Las hijas de una amiga me sacaban de la arena donde estaba enterrada. Llegué al norte de Tailandia temerosa. ¿De qué tenía miedo? Iba a descansar en la playa, nadar en el mar, contemplar atardeceres, comer mariscos y frutas tropicales.

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“Llegué a Phuket; y el 24, a Kata. Una vez instalada en el hotel, caminé a la playa. El agua, perfecta. El sol radiante. Al siguiente día, en Navidad, fui al mar a las 16h00. Pensé: esto es el paraíso terrenal. Todo era demasiado hermoso pero tuve miedo a tanta maravilla y en ese instante decidí que no volvería a esa playa al día siguiente. En su lugar iría al pueblo al interior.

“07h59, me despierta un temblor. Me preparo para dejar la habitación y buscar refugio. Me acuerdo de Ecuador. Deja de temblar y me tranquilizo. ¿Qué será y dónde? Me visto y bajo a desayunar. Los turistas tienen caras de desorientados.

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“A las 09h30 salí al pueblo. El agua estaba hermosa, tan quieta y calmada. Alcancé a tomar una foto desde la distancia. A los pocos minutos íbamos al interior de esa isla. Eran ya casi las diez. Mientras yo averiguaba la posibilidad de visitar Phi Phi, miles de personas morían allí. En el almuerzo, la televisión pasaba noticias en tailandés con imágenes de grandes olas. Yo seguía sin entender. Llegaron turistas pálidos y asustados. Contaban de grandes olas en Patong.

“A las 15h30 volví en bus a mi playa. En el camino un profesor tailandés de inglés me relató a medias los sucesos. Llegamos a Kata. Recién en ese momento empecé a darme cuenta de la magnitud del desastre. Esa noche la pesadilla con maremotos fue colectiva. Para unos fue solo de una noche; para otros será de toda una vida.

“27 de diciembre, 08h00. Salgo a caminar por la playa y por el pueblo para comprobar la magnitud del desastre. Unos pocos turistas toman los parasoles y sillas rotas, y se ponen a leer, como si nada hubiera sucedido, como si en ese mismo lugar no hubiera muerto nadie. Ese día me decepcionó la humanidad. Me uno a un grupo de familias que recogen y limpian la playa.

“A los dos días volví al hotel donde quise hospedarme el primer día. De él no quedaban más que sus pilares. Me quedé 6 días más.

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“Ahora, de regreso en Sydney la vida es tan distinta. Tengo mi cama, mi techo, mi comida, mi trabajo, mis amigos, mi amor, cuando hay cientos de miles de personas sin ellos. 10, 15 minutos hicieron una diferencia en mi vida y por eso estoy aquí para contarla”.