Desde Nueva York, el Presidente de la República, en declaraciones que dieron la vuelta al mundo, dijo que en nuestra ciudad se estarían comprando a doscientos mil guayaquileños a razón de cincuenta dólares por persona, para que asistan a la marcha cívica convocada por el alcalde Jaime Nebot y representativas instituciones de la ciudad.

Esta afirmación, ofensiva para el Ecuador y especialmente para los  guayaquileños, no la podemos tolerar. El Presidente de la República se equivoca si piensa que puede atropellar verbalmente a quienes hemos sido durante siglos el motor económico del país y los gestores de las grandes luchas por las transformaciones democráticas.

Se olvida que esta ciudad que lo llevó a la Presidencia, ya en las últimas elecciones le dio la espalda a él y a su partido político, por lo que sus expresiones, más allá de parecer injuriosas, revelan, a lo mejor, un soterrado pensamiento de proyección.

Por ello y ante la marcha anunciada en Guayaquil, que se produce por  el frontal boicot al plan de seguridad que el mismo Gobierno acordó por escrito, por el desconocimiento del convenio con el IESS y el de aseguramiento universal, que contaban con el aval del mismo Gobierno, y por otras razones que son de dominio público, primero se organiza o avaliza una contramarcha con sabor a Chávez, que como los medios de comunicación ya lo han expresado, solo generaría el caos para los guayaquileños, y luego se nos acusa de serviles al dinero.

Es decir que, según el Presidente, los guayaquileños “marchantes de alquiler” (por los menos doscientos mil) estamos felices con las gracias del Presidente y saldremos a las calles solamente por los cincuenta dólares que dice se nos pagarán.

En otras palabras, como resumen de las declaraciones de las últimas semanas del Presidente, parecería que en Guayaquil solamente vivimos tres tipos de personas:
los paupérrimos de alquiler, los oligarcas deudores de la banca cerrada que no forman parte de la mayoría de gobierno (porque los importantes deudores que forman parte de la alianza gobiernista son “víctimas de la corrupción y de la injusticia”) y algunos poquísimos honorables funcionarios afines a su gobierno, que a base de décadas de trabajo honesto gozan de una bonanza económica envidiable.

Guayaquil no es un ejército y los guayaquileños no tenemos un rango inferior al de nadie; por el contrario, es cierto que el Presidente es el primer mandatario, pero los ecuatorianos somos sus mandantes y él trabaja para nosotros. No puede ni debe ofender a su pueblo aun cuando no le guste que éste, el de Guayaquil, no le crea.

Lamentablemente, el Gobierno se sigue equivocando, y si no rectifica, pronto cosechará lo que está sembrando.