Nadó hasta los 98 años y sobresalió en todas las disciplinas que practicó.

El deporte ecuatoriano acaba de perder a un símbolo: Elí Barreiro Solórzano, Jojó, quien falleció el miércoles pasado.

Nació en La Margarita (San Antonio), cantón Chone, el 27 de septiembre de 1906. 

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Tuvo orgullo de ser manabita, pero también fue guayaquileño de corazón y sus cenizas, por deseo suyo, reposan en el río Guayas que tanto amó.

Ciudadano correcto y trabajador, buen padre de familia, fue un deportista cabal, que practicó con éxito múltiples disciplinas: atletismo, básquet, béisbol, box, ciclismo, fútbol, natación, saltos ornamentales, waterpolo y rugby.

Jojó fue árbitro de fútbol,  básquet y béisbol, juez de natación y entrenador de balompié. En su ejemplar ancianidad fue un gran nadador máster: triunfó internacionalmente en noviembre pasado al ganar dos medallas de oro en el Sudamericano de Lima, Perú.

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Comienzos deportivos
Al venir a Guayaquil, en la década del veinte, tuvo por compañero de viaje en el barco a un señor Guerra, miembro del Club Sport Patria. En esa época era usual venir de Manabí a Guayaquil en barco, pues no había caminos estables. Barreiro ingresó a las filas del Decano, por invitación de Guerra, como futbolista.

En Patria tuvo como compañeros, entre otros, a Agustín Febres-Cordero Tyler, la Pantera Llona y Carlos Sángster. 

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Ingresó al colegio Cristóbal Colón, pero al hacerle una broma a un profesor, cortándole la sotana con una gillette, tuvo que salir del plantel.

Pasó al Vicente Rocafuerte, donde terminó la secundaria.

Tras una aventura en el río, cuando había salido a remar, prefirió lanzarse al agua y nadó entre La Puntilla y la Cervecería en medio de los lagartos y otros saurios.

Entonces decidió participar en competencias de aguas abiertas, como Guayaquil-Pascuales y Durán-Guayaquil, y en las inolvidables travesías a  Punta de Piedra (ida y vuelta), en las que no se sabía si el mayor peligro lo constituían las revesas o los lagartos.

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Conoce a Capwell
Un día, nadando aguas del Salado, al pie del American Park,  Barreiro conoció a George Capwell, quien por entonces (1928) jugaba básquet en el Patria y buscaba jóvenes para completar su equipo. Allí nació una amistad que fue más allá del deporte, pues el Gringo lo llevó al Emelec y a trabajar en la Empresa Eléctrica.

Jojó Barreiro fue más conocido por su apodo que por su nombre. El apelativo vino a las voces de aliento (¡Jo...Jo...Jó!) que recibía cuando jugaba fútbol y corría velozmente. Al principio no le gustó, pero después lo aceptó, más aún cuando a sus hermanos los llamaron Jajá, Jejé y Jijí.

Su familia es una de las que mayor número de deportistas ha dado al país. Su hermano Rubén fue uno de los mejores beisbolistas de todos los tiempos, Augusto (que le sobrevive) fue un gran basquetbolista, árbitro y entrenador. Sus hijos Francisco (integrante de Barcelona en la Libertadores de 1967), Xavier y Gustavo fueron arqueros de primera división del fútbol profesional. Dos sobrinos, Heráclides Marín Barreiro y Rubén Barreiro, destacaron en diferentes épocas en Barcelona.

Jojó defendió las divisas de Patria, Oriente, LDE y Emelec. Pero sin duda su gran amor fue LDE, solo superado por el que profesó a su esposa, doña María Luz Lulú Patiño, su compañera de toda la vida.