Aparece un par de robustas manos tensando un cordel en plan estrangulador de Boston. El ambiente es oscuro y lóbrego. Una voz admonitoria recita la lista de cosas que “el Gobierno no nos deja” hacer. Las palabras “Salud”, “Seguridad”, “Alcantarillado”, desfilan por la pantalla.

Fríamente, el de la soga amarra las muñecas de un prisionero y, mientras la voz clama “prepárate para protestar”, lo deja inmovilizado, de cuclillas contra el rincón de un siniestro sótano, las manos en la espalda, la cabeza entre las piernas, la sombra contra el muro. Fin.

Salud, seguridad, alcantarillado, son, en efecto, deudas pendientes del Gobierno. Y todos tenemos el derecho de exigir a nuestros deudores que nos paguen. ¿Quién podría no estar de acuerdo con esto? Sin embargo, en esta cuña televisiva con la que se ha venido convocando a la ciudad a participar en la “marcha blanca”, hay dos cosas que no me cuadran: su autor y estilo.

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El autor no me cuadra porque no lo conozco. No es el Municipio. Las cuñas del Municipio tienen firma de responsabilidad y esta no lleva ninguna. ¿Quién es? Me parece muy bien que haya ciudadanos particulares que colaboren con el Cabildo en la difusión de sus propuestas.
Pero cuando alguien invierte dinero para invitarme a protestar, me gustaría saber de quién se trata.

En cuanto al estilo, lo que molesta es su brutal intolerancia. Kitsch totalitario, ni más ni menos, muy apreciado por Hitler, Stalin y compañía. No busca convencer con argumentos, sino imponerse con sentimentalismos (baratos, como los de todo kitsch) que  no  admiten disidencias: la trampa del kitsch totalitario consiste en identificar su prédica con la defensa de la felicidad y de la vida, ¿quién osa oponerse? Las respuestas están dadas de antemano. No se puede dudar, no se puede preguntar. Solo cabe adherirse, renunciar a todo resto de individualidad y marchar unidos, bajo una sola bandera. No sé a ustedes. A mí esta perorata fascista me espanta.