Acostumbrados a que el engaño rinda frutos, como en efecto los consigue dentro del país, no faltan quienes creen que la misma táctica puede servir más allá de las fronteras.
Tanto lo creen, que se convencen a ellos mismos, sostienen sus engaños con solemnidad sorprendente y se escudan en conceptos tan altisonantes como el de soberanía. El más reciente ejemplo es el de las autoridades de facto que han reaccionado iracundas ante lo que no han dudado en calificar de intromisión de otros países en los asuntos internos.
Como corresponde a esa mediocridad que ni siquiera tratan de maquillar, llenan de adjetivos unas frases que, para que pudieran ser tomadas medianamente en serio, deberían estar cargadas de conceptos.

Las reacciones se han producido por la preocupación que la ONU y la OEA han manifestado frente a la ruptura del orden jurídico realizada por esos personajes. Uno de estos, nada menos que quien firma como presidente de una de las entidades recién asaltadas, no ha encontrado mejor recurso que la reivindicación de la autarquía y el autismo. El Ecuador debe encerrarse en sí mismo y no escuchar las voces que vengan desde fuera, sostiene casi textualmente. Por medio de una de esas agresiones al idioma en las que son expertos, ha dicho que ningún país puede interferir porque se trata de problemas domésticos, tan domésticos –cabría añadir– como que ocurre entre la cocina y el dormitorio.

Pero purezas lingüísticas aparte, ya que esa será batalla perdida en estos casos, no estaría por de más que aprendieran a diferenciar entre países y organismos internacionales. La agenciosa Cancillería solemnemente uniformada podría ofrecer un curso rápido de ubicación en el mapamundi y, solamente para los funcionarios que aprueben esa primera y tremendamente difícil asignatura, llevarles a una conferencia breve –muy breve, porque la atención decae después del primer minuto– acerca de los nombres de los organismos internacionales en los que participa el Ecuador. Sería muy difícil esperar que después de haber accedido a todo ese abundante conocimiento pudiera comprender también algunos contenidos básicos de esos organismos internacionales. Pero habría que hacer el esfuerzo para ver si se llegan a enterar que esas entidades han recibido de parte de los propios países el mandato de vigilar el cumplimiento de las normas del estado de derecho e incluso, como es el caso de la OEA, el mantenimiento de la democracia.

Seguramente serán tareas demasiado duras para quienes, porque no tuvieron esas oportunidades que hasta ahora eran propiedad solamente de las malvadas oligarquías, se han visto obligados a entrar por asalto a unas instituciones de las que poco o nada saben.
Además, de todas maneras ellos seguirán con la picardía criolla, ahora convertida en doméstica. Pero sí puede ser una buena pista para quienes buscan salidas a la situación de inconstitucionalidad, ya que la presión internacional queda como el único recurso legal cuando se ha acabado con cualquier pizca de juridicidad interna. Las otras vías llevan fatídicamente a las instituciones asaltadas y a sus preclaros ocupantes. Allí está perdida de antemano cualquier iniciativa.