Ahora resulta que entre el loco que ama desde Panamá y el loco al que aman las mujeres desde el Ministerio de Gobierno, están enloqueciendo al país.

Porque sí: porque la locura es el nuevo espejo en el que se mira el Gobierno para tratar de justificar sus tropelías.

Loco, el Coronel busca apuntalar su dictadura y convencernos de que tomarse la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal de Garantías Constitucionales y el Congreso, obedece a una genialidad propia de un loco que, solitario, lucha contra la oligarquía, para lo cual cuenta con el apoyo del pueblo que lo alienta. En su delirio que le lleva a perder todo sentido de la realidad, el Coronel no reconoce que los del PRE y los del Prian lo mantienen amarrado a su camisa de fuerza, y que él no puede sino complacerlos en sus desmedidas ambiciones a cambio del Valium que le dan para que pueda seguir coroneleando en el poder.

Enloquecidos, los diputados que pasaron a conformar la nueva mayoría se abalanzan sobre la troncha en procura de sacar la mejor tajada posible, viendo cómo cualquiera de sus múltiples peticiones hechas al Gobierno, por descabelladas que parezcan, son satisfechas al instante con tal de que sigan alzando la mano para aprobar cualquier locura el instante de la votación. Enajenados por la ambición, alucinados por las prebendas que reciben, los diputados siguen jugando al juego de una democracia inexistente, pisoteada, vapuleada, traicionada.

Locos, los jueces se aprestan a, más temprano que tarde, exculpar de sus muchas culpas al loco que, a nombre de su locura, convirtió al país en un manicomio y al erario público en su caja chica, a la que vació a discreción para enseguida viajar a ejercitar su terapia en los casinos de Panamá mediante los electroshocks de la ruleta, hasta que se le brindó la oportunidad de seguir gobernando al país por celular y continuar enloqueciendo a todos con sus arengas destempladas, sus insultos, sus trampas y sus mentiras.

Loco, el Ministro de Gobierno incita a la violencia con un lenguaje altamente provocador y una actitud desafiante, que pone a la ciudadanía en alerta y la mantiene en pie de guerra.

Ante ello, el llamado del Coronel a la conciliación suena a locura: sus huestes han ido abriendo día a día la ruta hacia la violencia y las fuerzas de choque empiezan a ensayar su estrategia de vandalaje y tumulto, como para demostrar que el garrote es el arma que se emplea cuando ni la ley ni la razón existen.

En su insensatez, el Coronel se pasea frenético por cuanto medio de comunicación está a su alcance para acusar a la oposición de crear el caos, como si la oposición fuera la causante de que la corrupción siga pavoneándose impune, las leyes se pisoteen a mansalva y una nueva remesa de arranchadores esté enquistada en los cargos públicos.

Todo gracias a que hemos vuelto a vivir bajo las normas impuestas por un loco que no necesita volver al país para gobernar a su manera, y de otro que, aunque se vaya mañana, dejó ya inoculada su locura en el Gobierno dictatorial que ayudó a inaugurar.