El jueves 6 se llevó a cabo un concierto de la Orquesta Sinfónica Infantil en el local de una colonia extranjera en Guayaquil, por motivo del Día de Reyes.

A las 19h45 arribé con mi hermana, cuñada y dos sobrinas. Se encontraban en el auditorio aproximadamente unas 150 personas, de las cuales unas 50 no contábamos con asientos. Uno de los socios del lugar evidenció el empleo de un léxico vulgar y prepotencia cuando en desacato de la autorización dada por otro de los socios para que el guardia-conserje distribuya sillas al público, se dirigió con gritos a su subalterno: “Ni una silla más me entran... ¡Inmediatamente me las regresas, carajo!”.

No satisfecho, se dirigió con una mirada amenazadora a mí (que tengo 9 meses de embarazo): “¡Que baje las sillas!...”, a lo que respondí que no lo haría porque no era el trato que yo merecía. Me replicó gritando y gesticulando amenazadoramente: “¡Qué carajo me importa que esté embarazada, lárguese de aquí si quiere; quién la manda a llegar tarde!”. Aclaro que estuve 15 minutos antes de las 20h00, hora señalada como inicio del evento. Me echó, insultó, empujó a mi hermana al ingresar al salón, y cuando le indiqué que yo era periodista y que informaría del trato otorgado, siguió gritando: “¡A mí qué me importa que usted sea periodista, porque ustedes hacen lo que les da la gana y yo como soy extranjero también hago lo que a mí me dé la gana!”. Se nos acercó un joven que nos invitó a hacer silencio, y contestó en forma irónica que se trataba de su papá, y que podíamos notificar de lo ocurrido a los medios de comunicación, y en especial a uno porque allí “trabaja” su “novia” y que nos pusiéramos “en contacto con ella”.

Publicidad

Debieron –al enviar un boletín informativo a los medios de comunicación, en el que se anuncia como gratuito un concierto– prever y disponer de las sillas necesarias para un evento de este tipo, o realizarlo en un auditorio de mayor capacidad. Si al percatarse que hasta 10 minutos antes de la hora en que debía empezar el concierto se evidenciaba que la cantidad de personas sobrepasaba la capacidad de la sala y disponibilidad de asientos, pudieron tomar múltiples alternativas para solucionar el tema, la más sencilla: pedir disculpas al público y solicitar a quienes no tenían asientos que permanecieran de pie, siempre y cuando esa fuera una decisión tomada de su propia voluntad, o delegar a una persona conocedora de relaciones humanas al pie de la puerta para que informe que el salón estaba lleno.

Guadalupe Ordóñez Loor
Guayaquil