El esfuerzo y la estrategia del Municipio para resolver el problema del comercio informal son absolutamente acertados. Los resultados están a la vista: si Guayaquil iba en camino de parecerse a Calcuta, hoy sus calles han sido recuperadas y a esos pequeños comerciantes se los ha provisto de una red alternativa de locales, modernos e higiénicos. Ningún reclamo o protesta podrá desconocer ese intento, ya que el bien común debería estar siempre por delante de intereses particulares.

Eso no implica que no se hayan cometido errores. No siempre se tomaron en cuenta las opiniones de los afectados, y seguramente hubo injusticias. Como mínimo, es evidente que a veces no se previó que todo cambio origina protestas –a veces manipuladas políticamente–, lo que exige desarrollar mecanismos de diálogo que las canalicen y les den respuesta apropiada.

Incomoda sobre todo el papel equivocado que suele adoptar la Policía Municipal ante esas manifestaciones de descontento, sustituyendo a la Policía Nacional y actuando con una actitud represiva que desborda sus funciones.

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Pero se ha ido aprendiendo en el camino y confiamos en que, con ayuda de la crítica ciudadana, estos errores se reduzcan significativamente.