Siendo el 2005 el año en que se cumplen cuatrocientos de la publicación de la primera parte de la novela inolvidable de Miguel de Cervantes, no puedo menos que recordar a algunos personajes literarios célebres, con el mismo don Quijote a la cabeza, y a través de ellos el éxito de los textos que encabezan.

El primero de estos personajes en nuestro idioma, cronológicamente hablando, es Madre Celestina, que posee un logro singular a su favor, único (si no me equivoco) que registra la historia de la literatura mundial: haber impuesto su nombre al texto que protagoniza, desplazando el determinado por Fernando de Rojas. Me pregunto si Pirandello tuvo presente este hecho al escribir su conocido drama Seis personajes en busca de autor, y tampoco importa que no hubiera sido así, pero la coincidencia, aproximación o como quiera llamarse a esta singularidad, me resulta inevitable.

Madre Celestina es formidable mujer y, curiosamente, el polo opuesto de don Quijote. En efecto es una mujer con los pies bien asentados en la tierra, realista y más bien pragmática, para quien ni el cuerpo ni el alma de los seres humanos parece guardar secretos. Don Quijote, en cambio, es tanto la ilusión como la fantasía, el despegarse de la realidad para superarla, aunque su bagaje humano sea perfectamente realista.

Don Juan Tenorio es otro de esos personajes inolvidables en las dos versiones conocidas: la de Tirso de Molina y la de Zorrilla, por representar el eterno masculino que no es otro que el inevitable afán de muchos hombres por seducir y conquistar a cuantas mujeres sexualmente les atraigan. También don Juan Tenorio tiene su propio récord: el de estar presente en versiones de Molière, Pushkin y Max Frisch, como en una ópera de Mozart, por ejemplo.

El último de mi referencia es Segismundo, el consciente cuestionador de la realidad del mundo y de la vida, aquel que más concretamente antecede a las preguntas que se plantearan Kierkeggard, Heidegger o Sartre sobre la existencia humana. Es el pensador pero también el hombre de acción, aunque esté condenado a compartirse entre la verdad y la ilusión de la vida.

Sin duda pueden añadirse otros, como el Lazarillo de Tormes y aun el Tirano Banderas. Lo cierto es que don Quijote no cabalga solo por la literatura en idioma español sino en notable compañía, sin importar que algunos de sus compañeros no provengan de la novela sino del teatro.

Todos ellos nos representan por igual en el arte y en la vida, pues ese es sin duda su mérito mayor: el de poseer unas vidas que sin cesar se extienden sobre tiempo y espacio, al extremo de haber superado con creces las de sus propios autores.

De ahí el éxito de los textos en que están presentes. Textos que siguen hablando con inagotables voces para todo espíritu humano de este tiempo y de los venideros. Una última pregunta que podemos hacernos es si esos textos responden a una acción generatriz particular, es decir a lo que Kant consignó como obras de genio por replicar a una genialidad de sus creadores, o si solo son la admirable coincidencia de autor y tiempo, de autor y circunstancias sociales, morales, políticas, culturales y no solo artísticas. En suma, de una lucidez conciencial de algunos creadores que produjeron estos textos y estas criaturas que aún nos deslumbran.