Modelo 1997. En regular estado. Recién pintada. Precio de ocasión. Verla en el taller “Todo Vale”. Facilidades de pago. Algunos se han sorprendido leyendo este aviso que ha comenzado a salir en algunos medios. Pero no hay razón para asombrarse. En efecto, la camioneta del golpismo parece que ya no funcionó. Sus tradicionales ocupantes no pudieron encender el motor esta vez a pesar de los intentos que hicieron los técnicos. No se sabe si fue la batería, el carburador o el radiador. Pero lo cierto es que el país, cansado ya de tanto circo, relajo y griterío, se llegó a cansar de sacar y poner presidentes cada semana.

A qué punto habrá llegado el marasmo, la anemia y la anomia que invade al país que ya no hay ni ganas de derrocar al presidente de turno y poner a otro; juego que al menos proporcionaba el efímero consuelo de que cualquier cosa que venía no podía ser peor que lo se dejaba atrás. Sí señores. El país se saturó de escucharlos predicar el evangelio de la legalidad, la institucionalidad y la Constitución, cuando en nombre de ellas hicieron y hacen precisamente todo lo contrario. Y no es tanto por lo que estos señores dicen, el tono que usan o la frecuencia con que lo repiten por lo que la gente se cansó, sino por sus protagonistas. Líderes que ni ellos mismos se creen lo que proclaman con tanta solemnidad. Sin embargo, el hecho que la camioneta no pudo arrancar y hoy está de venta no es sino un entreacto del penoso drama que vive el Ecuador. Es probable –y para alguno discutible, incluso– que el sistema presidencial haya capeado una grave crisis que se veía venir. También es cierto que el Jefe de Estado se salvó, por así decirlo, de estar hoy de huésped de alguna embajada extranjera, siguiendo la conocida ruta por donde otros han sido empujados a seguir.

Pero nada de esto llega a los problemas centrales del Ecuador. Ellos están allí. Intactos y creciendo cada día. La disparidades sociales; el fracaso de la educación; nuestra dependencia energética; la ausencia de inversión directa; la inseguridad jurídica; la delincuencia; la ineficiencia administrativa; las falencias de nuestro sistema político, para citar unos pocos. Todo indica que estas taras crecerán este año a niveles asfixiantes por la miopía que reina. O, al menos, la oposición las hará más evidentes como preámbulo de las elecciones del próximo año. Y es entonces cuando probablemente se pase la factura a los claros, y legítimos ganadores de haber desactivado a la camioneta fantasma.

Fácilmente se olvida lo fugaz que es todo en este país. Está bien que la camioneta no haya arrancado. Pero como el país es más que eso, los artífices de su desplome, bien pueden verse, más tarde o más temprano, atropellados no por una camioneta golpista sino por un camión democrático, repleto de un pueblo cansado de la indiferencia de sus líderes y el llanto de sus hijos.