Tengo un sueño, decía Martin Luther King Jr., de que nuestros hijos jueguen con los hijos de los blancos. Ese sueño nunca se le realizó cuando era niño, pero el insigne líder negro estadounidense lo logró, junto a otros bravos. Él no solo soñaba, ponía su cerebro y sus manos, sin violencia, al servicio de la noble causa de la igualdad racial, que la entendía también como igualdad económica, porque atrás de la discriminación por el color de la piel, se esconde el injusto reparto de la riqueza, inversamente proporcional al trabajo.

Si aquel excepcional ser humano, que pagó con su vida su decisión de hacer el bien a los demás, viviera hoy en día, volvería a enarbolar la bandera de la justicia, de la libertad, de la igualdad, de la paz, contra quienes, en su país, manchan esa bandera con la opresión a otros países y contra sus propios conciudadanos.

Mas, si estuviera aquí con nosotros los ecuatorianos, también lucharía por la reivindicación de los derechos de los negros y haría lo mismo con los indios, que aún es necesario pese a la larga y denodada brega de sus dirigentes y de sus bases, siguiendo la luminosa tradición de Fernando Daquilema, Cecilio Taday, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, porque ellos, como decía Cacuango en su frase inmortalizada en el mural del Congreso Nacional, son como la paja del páramo, que se arranca y vuelve a crecer.

Claro que los indios han ganado un espacio importantísimo en la nación, que ahora se los respeta más y que también sucumbieron embriagados con el poder, cuando aliados a militares golpistas y luego desde el gobierno populista que fue engullido por el poder económico y giró en el péndulo, creyeron hacer historia, pero fueron relegados a una esquina ominosa y después expulsados, quedándose sin embargo algunos de ellos en puestos gubernamentales.

Tienen que hacer una profunda autocrítica y depuración y junto con otros sectores sociales preteridos, luchar por un Ecuador más justo. Acaban de elegir a un digno y talentoso representante, que lleva no obstante a cuestas su colaboración directa con este régimen, ya por figuración personal como otros, ya por miopía política, ya por falta de resolución de todo el movimiento.

Martin Luther King vería también otros males crecidos. La corrupción, que como pus corroe el cuerpo nacional; la miseria, que a los hartos no les parece tan aguda; la deficiente educación que nos deja en el mismo sitio; la disputa a dentelladas del poder político y económico, con treguas momentáneas pero que siempre está ahí, manifestándose explícita o veladamente.

Disputa que no vacila en violar el ordenamiento jurídico que los propios violadores crearon o fueron obligados a expedir. Tirios y troyanos, güelfos y gibelinos, ambos bandos se deslizan por el piso aunque dicen volar y reacomodan sus fuerzas, cambian sus integrantes con impudicia y se parapetan en las funciones del Estado, defraudando nuevamente la confianza del pueblo.

El líder negro sabía que no bastaba cambiar las leyes para avanzar en sus justas conquistas, porque las leyes son solo papeles sujetos al capricho del poder, sino que era y es menester, fomentar una voluntad mayoritaria que defienda esas conquistas. Sigamos su ejemplo.