En los mismos días en que nuestros dirigentes políticos se sacaban la madre tratando de adueñarse del Congreso, la prensa publicó dos noticias de marcado interés: en el 2004 las ventas de automóviles aumentaron 6% y los permisos de construcción en Guayaquil crecieron 10%.

Ya antes de que se difundiesen estos datos reveladores, mucha gente comentaba que algo extraño ocurre con nuestra economía, porque nos quejamos de que no hay empleo, de que el dinero no alcanza, y sin embargo los almacenes suelen estar llenos de gente que compra.

El coronel Lucio Gutiérrez lo considera, por supuesto, mérito suyo, y buena parte de su campaña publicitaria (“Segundo año sin paquetazo”) se basa en esta premisa.

La verdad es otra. Los economistas nos explican que lo que en realidad ocurre es que casualmente se juntaron cuatro factores que hacen que la economía parezca andar bien: 1. el precio considerablemente alto del petróleo, 2. las remesas de los emigrantes que no cesan, 3. los narcodólares, que como ahora sabemos llegan en maletas y con declaración aduanera legalizada, y 4. la desconfianza en los bancos, que empuja a la clase media empobrecida a despilfarrar sus escasísimos ahorros en una fiebre consumista que por ahora mantiene llenos los almacenes.

Dicho con otras palabras, la estabilidad económica actual no se basa en el desarrollo de la producción sino en el crecimiento del consumo. La dolarización alienta este fenómeno, como era de esperarse, porque la moneda fuerte les da viento a los importadores para que nos inunden con artículos extranjeros más baratos que los nacionales, made in China sobre todo.

Esto implica que la fiebre consumista será corta. Ninguna estabilidad que no se base en la producción tiene posibilidades de sobrevivir. Por lo que tan pronto como el viento sople en otra dirección nos iremos a ese lugar que huele feo y que se lo nombra con una mala palabra.

Pero por ahora nada de eso ocurre, y eso explica en parte la fuerza política del régimen.

Sí, ya sé que el coronel cuenta además con el apoyo de la Embajada norteamericana, que en países como el nuestro tiende a convertirse en una especie de Virreinato que gobierna desde las sombras, y con su estricto control de las Fuerzas Armadas. Pero eso no es suficiente para sostener en el poder a un gobierno impopular que atropella leyes y reglamentos. Sin la ola consumista, el coronel vería su futuro negro, muy negro.

A los políticos les encanta darse de cachetadas, pero a la gente común y corriente no. El pueblo en todas partes prefiere la calma, y se guarda su descontento mientras le sea posible. Solo lo manifiesta cuando la situación se vuelve extremadamente crítica. Por eso a la mayoría oficialista no le importa el descontento popular que ha despertado con sus atropellos a la Constitución, adueñándose de las cortes, amenazando a los medios de comunicación y persiguiendo a sus opositores. Sus dirigentes apuestan a que ese descontento no se convertirá en verdadera amenaza sino cuando la fiebre consumista definitivamente se agote.

Vamos a ver, en las próximas semanas y meses, si tienen razón.