Es probable que dos millones de personas mueran anualmente de malaria, en su mayor parte niños y sobre todo en África, o quizás sean tres millones, ni siquiera lo sabemos.

Entonces, ¿es Estados Unidos “pichicato” con respecto a brindarles ayuda a países pobres? Esta acusación por parte de un funcionario de Naciones Unidas, en forma velada, provocó la indignación aquí. Después de todo, nosotros somos el pueblo más generoso sobre la Tierra, ¿o no?

Ay, no, no lo somos. Y el maremoto ilustra el problema: cuando apesadumbradas víctimas se meten a nuestras pantallas de televisión, nosotros revolvemos nuestros bolsillos y suministramos la masiva y cálida respuesta que actualmente estamos mostrando en Asia; el resto del tiempo, somos unos avaros que desviamos la mirada a medida que la gente muere en cifras mucho mayores.

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Los 150.000 muertos a raíz del maremoto son menos que el margen de error de los estimados sobre muertes anuales por malaria. Es probable que dos millones de personas mueran anualmente de malaria, en su mayor parte niños y sobre todo en África, o quizás sean tres millones, ni siquiera lo sabemos.

Sin embargo, a fin de cuentas, este mes y cada mes, más personas morirán de malaria (165.000 o más) y de sida (240.000) de las que murieron en el maremoto, y casi la misma cantidad morirá a causa de la diarrea (140.000).

Y es ahí donde somos pichicatos.

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Los estadounidenses entregan a países pobres 15 centavos de dólar por día, por persona, en ayuda oficial para el desarrollo. El estadounidense promedio gasta cuatro veces esa suma en bebidas gaseosas, todos los días.

En el 2003, el último año del que se tienen cifras disponibles, nosotros incrementamos dicha ayuda en una quinta parte, ya que el presidente Bush de hecho ha sido mucho mejor con respecto a brindarles ayuda a países pobres si se compara con el ex presidente Bill Clinton. Sin embargo, como una parte de nuestra economía, nuestra contribución aún nos dejó llanamente en el último lugar entre los 22 países que más donaron.

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Nosotros dimos 15 centavos por cada 100 dólares del ingreso nacional a países pobres. Dinamarca dio 84 centavos, Países Bajos contribuyó con 80 centavos, Bélgica dio 60 centavos, Francia con 41 centavos, y Grecia dio 21 centavos (lo cual fue el menor porcentaje, aparte del nuestro).

A veces se dice que los estadounidenses compensan la baja ayuda oficial con donaciones de organizaciones particulares de caridad. No es así. Según los cálculos de la Organización para Cooperación Económica y Desarrollo, las donaciones de particulares suman seis centavos de dólar al día a la cifra oficial de Estados Unidos, lo cual significa que seguimos dando tan solo 21 centavos al día, por persona.

Una de las razones de la tacañería estadounidense, creo, es la sensación de que la ayuda extranjera es dinero tirado a la basura. Cierto, mucho dinero se ha despilfarrado. Pero también existen pruebas crecientes de lo que sí funciona y es efectivo en términos de costo, como programas de salud y acceso a escuelas para niñas.

Una de las personas más inolvidables que he conocido es Nhem Yen, abuela camboyana cuya hija acababa de morir de malaria, dejando tras de sí a dos niños pequeños. Nhem Yen cuidaba a sus cuatro hijos y dos nietos, y podía tener un solo mosquitero para protegerlos de los mosquitos que provocan la malaria. Cada noche debía elegir cuál de los seis niños dormiría bajo el mosquitero.

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¿Acaso nosotros pensamos realmente que pagar 5 dólares por un mosquitero para mantener con vida a los hijos y nietos de Nhme Yen sería dinero tirado a la basura?

Cuando, estando en el Congo, contraje la forma más letal de la malaria, me curé con facilidad porque pude costear los mejores medicamentos. Pero, para ahorrar dinero, los niños africanos reciben medicamentos que cuestan apenas 5 centavos de dólar por dosis, pero no son muy efectivos; no pueden pagar la medicina que efectivamente salvaría sus vidas, cuyo costo asciende a un dólar por dosis.
¿Realmente creemos que una dosis de un dólar, de medicina para salvar a un niño, es dinero tirado a la basura?

Ahora que la imagen de Estados Unidos está manchada por todo el mundo, una de las medidas más efectivas que Bush podría emprender para revivirla sería la de encabezar un esfuerzo mundial con miras a enfrentar un desafío actual como la malaria. Eso también le daría al presidente Bush más credibilidad al sugerir que la “cultura de la vida”, de la que él habla, acoge no solo fetos, sino también a niños africanos que lloran de hambre.

La mejor respuesta a las acusaciones de tacañería no reside en actuar de manera defensiva, sino en ser generosos. Y la medida de la generosidad no es lo que ofreces cuando la atención pública está sobre ti, sino lo que haces cuando la atención pública ya no está.