Como ha sido la tónica en las últimas semanas, la recién transcurrida fue bastante movida, tomando en cuenta la designación de las nuevas autoridades del Congreso Nacional, la posesión de las autoridades seccionales y la confrontación, cada vez más abierta y beligerante, entre el Gobierno y la oposición, para quienes el vodka sugerido por el Presidente, seguramente sería el equivalente a un laxante.

Existiendo por lo tanto suficiente temario político nacional, hay, sin embargo, dos hechos que deberían obligarnos a ver, aunque sea de reojo lo que está sucediendo al sur de nuestro país. Tomo primero lo ocurrido en Perú, lugar en el cual finalizó un intento de asonada liderado por un curioso militar, el mayor Antauro Humala, líder del movimiento Etnocacerista, quien en días anteriores se había tomado un cuartel policial en un pueblo peruano para protestar contra el gobierno de Toledo. Más allá de reconocer, como lo señalan los analistas peruanos, las debilidades de la democracia en el Perú, resulta interesante advertir que Humala compara su acción con las de Chávez y Gutiérrez, a quienes seguramente tratará de emular en algún afanoso proceso, posiblemente pensando que la combinación uniforme militar-intento de golpe-democracia desgastada, es la llave del éxito para posteriores participaciones electorales.

El problema es que el movimiento de Humala no disimula sus extravagancias políticas, declarándose ultranacionalista, desconociendo abiertamente el tratado de paz celebrado entre Ecuador y Perú en el año 1998, señalando que sería posible otra guerra contra nuestro país y agregando que su propósito es la formación de un eje Tahuantinsuyo que permita la incorporación de Ecuador y Bolivia para ser posible “el sueño bolivariano de base incaica”. Ante tamaño pensamiento político, muchos pensarán que Humala no pasa de ser un aventurero y que no hay que pararle mucha bola, pero ojo, que el descrédito de la clase política de estos países es el que permite, precisamente, no solo que surjan este tipo de novedades desconcertantes, sino también que mucha gente desilusionada ante la vivencia democrática, no vacile en darle su apoyo electoral a gente como Humala. Habrá que ver naturalmente cómo se desarrolla el proceso legal en contra de dicho militar, pero sería aconsejable no perderlo de vista, especialmente ante tales pesadillas territoriales.

Más al sur, es otra la historia, pero también nos interesa. La justicia chilena no solo rechazó un fallo de amparo interpuesto por la defensa de Pinochet, sino que ordenó su arresto domiciliario, lo que pone de manifiesto la decadencia de las influencias del ex dictador chileno, a quien le terminaron pesando más los millones de dólares descubiertos en varias cuentas bancarias, que la operación represiva en cuyo nombre se cometieron tantos crímenes. Pero más allá de todo el desprecio o fervor que sugiere en Chile la figura de Pinochet, debe relievarse como modelo contrario de lo que ocurre en Ecuador y Perú, la dimensión de su clase política, que luego del trauma de la dictadura militar, pudo encontrar el espacio suficiente no solo para mantener un proceso económico, sino principalmente para sustentar un verdadero respeto a las instituciones democráticas, convergiendo en tal tarea inclusive opositores ideológicos, quienes han entendido que la gobernabilidad más que un concepto político, es una alternativa con la cual se convive día a día, no cada cuatro años. Si solo eso aprendieran los políticos ecuatorianos.