Los nombres de los magos así como su número son inciertos, pero la leyenda o fe, en su caso, nos dice que fueron tres: Melchor, Baltasar y Gaspar. Su nacionalidad es desconocida y aunque la palabra “rey” seguramente fue utilizada con mucho cuidado en aquella época, ciertos historiadores concuerdan que eran “reales” porque eran sabios en astrología y teología, y que probablemente venían de Babilonia y Persia, lugares en que los magos pertenecían a una casta de mucha influencia.

Como Herodes mandó a matar a todo niño varón de hasta dos años de edad, podemos suponer que la entrega del oro, incienso y mirra pudo no ser tan inmediata al nacimiento. De aquel  infanticida, capaz de ordenar también la muerte de su mujer, con quien se casó solo para consolidar su posición con los judíos, se podía esperar cualquier cosa. ¡Es cierto!, de los tiranos se puede esperar cualquier cosa, y así como Herodes procuró con el mayor esmero  decorar el templo de Jerusalén acorde los ritos judíos, con ese mismo esmero partió en dos el corazón de las madres al obligarlas a enterrar a sus pequeños.

Es que los tiranos son capaces de dormir con quien sea con el fin de arrancarle el aliento a quien les da la espalda.  ¿Será que no le temen a nada?

Sin regocijarnos en el dolor de nadie, pero atendiendo la lección que siempre nos deja la Historia, parece ser que a la salida, la vida espera a los tiranos con algunas facturas urgentes por cobrar, indistintamente si creen en un dios o no. Somoza, por ejemplo, murió cuando su cuerpo explotó dentro de su blindado Mercedes Benz, al ser blanco del tiro de una “bazuca”. A Trujillo, lo emboscaron y acribillaron. Pinochet aún no muere, seguramente porque sus deudas son de esa clase que se cancelan en la débil longevidad.

Otros tiranos –lastimosamente– siguen prófugos del sabio destino, y andan por ahí conspirando en contra de la paz y del bienestar para todos. Siguen matando niños, robándoles el pan y la salud, siguen lucrándose de la miseria y fomentando guerras, la inmunidad militar y policial. Niegan todo derecho a la oposición a llamar las cosas por su nombre y muestran la “verdad” a su conveniencia.

Cada era vienen más sofisticados y conciben sus mentiras con otro estilo. Hacen uso del dolor del pueblo y lo encaminan a la venganza de sus propios enemigos; así cobardemente, endosan la responsabilidad de sus crímenes a la dizque reivindicación de la patria.

¡Eso sí!, se autonombran “hombres”, “bravos”, “guerreros del porvenir”. Así también se autodenominó Herodes el Grande, quien a más de espantar a los buenos magos, según Jan Hirschmann, profesor de Medicina de la Universidad Washington, murió de una enfermedad renal crónica, cuyos síntomas, entre otros, fueron la insuficiencia respiratoria y gangrena genital. Entonces, si no entienden lo que significa ser hombre de verdad, hagámosles un favor a los prospectos de tiranos: recordémosles el triste fin que pueden tener.