El Gobierno no solo está hablando de cortar sus últimos vínculos con el FMI, sino que además está insistiendo en que cualquier pago que se haga a los tenedores de bonos esté ligado a la continuación de la buena salud económica de Argentina.

Tres años después de que Argentina declaró una suspensión de pagos de su deuda sin precedentes de 100 mil millones de dólares, el apocalipsis aún no ha llegado. En lugar de eso, la economía ha crecido 8% en dos años consecutivos, las exportaciones han aumentado vertiginosamente, la divisa es estable, los inversionistas están regresando gradualmente y el desempleo se ha reducido. Y todo lo anterior ha ocurrido sin un acuerdo sobre la deuda y sin la aplicación de medidas requeridas por el Fondo Monetario Internacional.

La recuperación argentina se ha logrado, al menos en parte, por haber hecho caso omiso e incluso desafiar la ortodoxia económica y política. En lugar de actuar para satisfacer a los tenedores de bonos, a los bancos privados y al FMI, como han hecho otras naciones en desarrollo con crisis menos severas, el Gobierno optó por estimular primero el consumo interno y dijo a los acreedores que se pusieran en la fila como todos los demás.

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“Este es un notable suceso histórico, uno que desafía 25 años de políticas fracasadas”, dice Mark Weisbrot, economista en el Centro de Investigación Económica y Política, grupo liberal de investigación en Washington. “Mientras otros países avanzan cojeando, Argentina experimenta un crecimiento muy saludable sin señal alguna de que no sea sustentable, y lo ha hecho sin tener que hacer concesión alguna a los flujos de capital extranjero”.

Las consecuencias de esa decisión pueden verse en estadísticas gubernamentales y en las tiendas, donde los consumidores una vez más están gastando en forma robusta antes de la Navidad. Más de 2 millones de empleos se han creado desde que el país estaba en las profundidades de la crisis a principios de 2002, y según cifras oficiales, el ingreso ajustado a la inflación también ha repuntado, regresando casi al nivel de finales de la década de 1990. Fue entonces cuando estalló la crisis, al tratar Argentina de apretarse el cinturón para obedecer las recetas del FMI, pero solo para desplomarse en la peor depresión de su historia, que a su vez generó una crisis política.

Algunos de los nuevos empleos provienen de un programa gubernamental de salarios bajos para obras destinadas a crear trabajos, pero cerca de la mitad están en el sector privado. En consecuencia, el desempleo ha descendido de más de 20% a más o menos 13%, y el número de argentinos que viven por abajo de la línea de la pobreza se ha reducido en cerca de 10 puntos porcentuales de su nivel récord de 45,4% de principios de 2002.

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“La situación en ninguna forma ha regresado a lo normal, pero tenemos la sensación de que hemos regresado a la ruta correcta”, dice Mario Alberto Ortiz, reparador de unidades de refrigeración. “Por primera vez desde que las cosas se desintegraron, yo puedo gastar un poco de dinero”.

Los economistas tradicionales partidarios del libre mercado siguen mostrándose escépticos acerca del enfoque gubernamental. Si bien admiten que ha habido una recuperación, la atribuyen fundamentalmente a factores externos en lugar de las políticas del presidente Néstor Kirchner, quien ha estado en el poder desde mayo de 2003. Y cada vez más insistentemente, también aseguran que el retorno a la normalidad está perdiendo ímpetu.

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“Hemos sido afortunados”, dice Juan Luis Bour, economista en jefe de la Fundación Latinoamericana para la Investigación Económica aquí. “Hemos tenido altos precios para las exportaciones y tasas de interés bajas. Pero, si deseamos crecer en 2005, vamos a tener que arreglar el asunto de la deuda y lograr que el capital extranjero ingrese”.

El FMI, al cual los funcionarios argentinos culpan por inducir la crisis, argumenta que el Gobierno actual está actuando al menos en parte como el FMI siempre ha recomendado. Ha limitado el gasto y actuado para aumentar sus recaudaciones, una receta clásica cuando una economía está enferma, y ha acumulado un superávit que es el doble de lo que el Fondo pidió cuando las negociaciones quedaron suspendidas hace varios meses.

“El retorno de esas cifras alentadoras ha sido auxiliado en gran parte por una disciplina fiscal que casi carece de precedentes dentro de los estándares argentinos”, dice John Dodsworth, el más importante representante del FMI aquí. “Hemos tenido un superávit primario que se ha incrementado constantemente a lo largo de estos últimos años, y esa ha sido el ancla principal en el lado económico”.

Pero parte de ese superávit ha provenido de un par de impuestos sobre exportaciones y transacciones financieras que los economistas ortodoxos del FMI y otros más desean que se los abrogue.
Aproximadamente una tercera parte de las recaudaciones del Gobierno ahora se obtiene de esos impuestos, que han aumentado.

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La administración Kirchner sigue buscando un acuerdo sobre los 167 mil millones de dólares de deuda que están pendientes de pago, y planea hacer lo que ha llamado su oferta final a principios del mes entrante. Pero el cambio económico registrado aquí ha inspirado tal sensación de confianza, que el Gobierno no solo está hablando de cortar sus últimos vínculos con el FMI, sino que además está insistiendo en que cualquier pago que se haga a los tenedores de bonos esté ligado a la continuación de la buena salud económica de Argentina.

“Es muy sencillo”, dijo Lavagna. “Nadie puede cobrar a un país que no está creciendo”.