En el decenio de los noventa, los supermercados pasaron de solo controlar el 10 o el 20% del mercado centroamericano, a dominarlo por completo, transición que requirió  50 años en Estados Unidos.

Mario Chinchilla, de bigote, con el rostro sombreado por un deshilvanado sombrero de paja, examina lleno de preocupación su campo de tomates enfermizos. Sus manos y pantalones vaqueros están cubiertos de tierra, pero ninguna cantidad de trabajo conseguirá en su pequeño cultivo los productos redondos y bien formados que la principal cadena de supermercados del país exhibe en sus grandes tiendas.

Durante cierto tiempo, la cooperativa agrícola que él encabeza se las ingenió para vender vegetales a la cadena, que pertenece parcialmente a la gigantesca multinacional de Holanda, Ahold, misma que cuenta a la Stop&Shop entre sus activos. Sin embargo, los miembros de la cooperativa carecen de la experiencia, así como del dinero para invertir en los modernos invernaderos, irrigación por goteo y control de pestes que necesitarían para cumplir con las especificaciones del supermercado.

En cuclillas junto a su campo, el curtido rostro de Chinchilla es el retrato de la derrota.

“Ellos quieren un abasto consistente, sin altibajos”, dice, al tiempo que rasca la tierra con una varita. “Nosotros no tenemos la capacidad para hacerlo”.

A lo largo de América Latina, cadenas de supermercados que pertenecen parcial o totalmente a gigantes corporativos en escala mundial como Ahold, Wal-Mart y Carrefour han revolucionado la distribución de alimento en el breve periodo de un decenio, y ahora también empezaron a transformar el cultivo de alimento.

Los supermercados son populares entre clientes por sus precios más bajos, aunado a la selección de productos y su conveniencia. Sin embargo, su repentina aparición ha generado retos intimidantes y no anticipados para millones de pequeños agricultores.

El peligro es que terminen en la bancarrota y se unan a los flujos de emigrantes desesperados que van a Estados Unidos y los barrios urbanos en las periferias de sus propios países. Su mala fortuna podría empeorar la desigualdad en una región donde la brecha entre ricos y pobres se amplía y donde la concentración de la tierra en manos de una élite ha alimentado históricamente ciclos de rebelión y violenta represión.

En el decenio de los noventa, los supermercados pasaron de solo controlar el 10 o el 20% del mercado centroamericano, a dominarlo por completo, transición que requirió  50 años en Estados Unidos, según investigadores en la Universidad de Michigan y el Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural, con sede en Santiago, Chile.

Si bien los cambios han ocurrido con mayor lentitud en los países más pobres y rurales de Centroamérica, también se han empezado a acelerar aquí. En Guatemala, el número de supermercados ha crecido en más del doble a lo largo del último decenio, a medida que el porcentaje de alimentos que venden al menudeo ha llegado al 35%.

La competencia de productos agrícolas extranjeros es real. Entrar a los supermercados de la cadena de supermercados que domina en Guatemala, La Fragua –que forma parte de una empresa tendedora que pertenece a la Ahold en un tercio– equivale a comprender por qué Reardon los compara con un caballo de Troya para bienes del extranjero.

En el inmenso centro de distribución de La Fragua, en ciudad de Guatemala, los camiones descargan manzanas de Washington y papas de Idaho, en Estados Unidos, piñas de Chile y aguacates de México.

Los productos son transportados en camiones hasta los supermercados de la cadena, los cuales tachonan el país.

José Luis Pérez Escobar, de 44 años de edad, se intentó ganar a duras penas la vida trabajando su pequeño campo durante 20 años. Tras el fracaso de la cosecha de papa el año pasado, emigró a Estados Unidos para salvar su tierra de la ejecución bancaria de una hipoteca, dejando tras de sí a su esposa, Graciela Lorenzana, y sus cinco hijos.

Actualmente trabaja en la jornada nocturna de un campo de golf en Texas, ganando 6 dólares por hora, para así ser capaz de pagar sus deudas.

Él también soñó que la cooperativa de agricultores lo ayudaría a escapar de la pobreza mediante la venta directa a los supermercados. “Sería magnífico”, recordó la señora Lorenanza con respecto a esa época más alentadora. “El pequeño agricultor no necesitaría de un intermediario.

“Sin embargo, él nunca fue capaz de lograrlo”, concluyó.

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