Diciembre: mes del amor y de la familia. Con gran frecuencia: mes de las depresiones y de las tentativas de suicidio, por la ausencia de los seres queridos que emigraron, en búsqueda  de un mejor futuro para todos y que no se sabe si algún día volverán, o por el recuerdo de los mayores que fallecieron y ya no están para ver cómo tan pocos, con tanto como tiene el país, no tenemos trabajo, futuro ni esperanza.

Mes de las promesas, las ofertas, los descuentos y los grandes sueños, alimentados en centros comerciales, como los del primer mundo, pagados con dineros del primer mundo, en uno de los países con peores antecedentes en corrupción, del tercer mundo.

Todo ello en un mensaje orquestado en nombre de un Niño que nació en Belén de Judá hace más de dos mil años, materializando en la especie humana a su Dios Creador que venía a redimir la humanidad de la vanidad de Adán, que se creyó igual a Dios y fue expulsado del paraíso y en esta redención ofreció “paz para todos a través del amor y la justicia”.

Qué lástima que ese mensaje parece tan poco escuchado allá y acá: allá, en uno de los sitios más religiosos del mundo, justamente se matan por la religión: judíos y musulmanes no pueden convivir juntos; un poco más allá los “buenos” quieren corregir a los malos y para eso han desencadenado una guerra, sin autorización de la Organización de las Naciones Unidas y no saben cómo salir del paso sin tener que admitir su fracaso y, pese a que ya no hay la Guerra Fría, que enfrentaba a dos gigantes que querían dominar el mundo, ahora hay menos paz que nunca.

Y entre nosotros, la política se ha vuelto una cuestión de sumas o restas: tiene razón el que tiene más votos. Si a alguien le acusan de un delito, se defiende diciendo que el acusador es peor. Para entrar a debatir un tema en el Parlamento, donde deben imponerse las ideas, bien expresadas y defendidas, primero se hace cuentas de cuántos “honorables” me apoyan, no cuánta razón tengo para decir lo que debo decir, aunque no sea “popular”.

Todos hablan de los “poderes” del Estado y no de sus funciones: Legislativa, para dictar las normas legales y controlar su aplicación por el Ejecutivo; Judicial, para sancionar a los que no cumplen las leyes; y Ejecutiva, para realizar las obras que se necesitan para que los habitantes de este país petrolero, bananero, atunero, con apenas la población de Nueva York, distribuidos en una geografía maravillosa de cuatro regiones ricas y bellas, puedan vivir con dignidad.

La paz viene como consecuencia de la justicia, y la justicia es dar a cada uno, según su necesidad. Solo así podremos decir, sin avergonzarnos de la mentira, que trabajamos por la paz que Jesús nos quiso traer.

Quiera Dios que en el 2005 todos: políticos, ciudadanos, gobernantes y gobernados, emigrantes y residentes, reflexionemos y aceptemos proceder con justicia, para buscar entre todos la paz, como fruto del amor.