Los años viejos de papel y madera son una tradición entre las personas que los arman desde hace dos meses.

Los años viejos gigantes que se han construido en diferentes sectores de Guayaquil provocan miradas de asombro entre la gente que transita diariamente por las calles 20 y Alcedo, la 16 y Ayacucho, la 25 y la J, la ciudadela Floresta I, entre otros barrios de la ciudad.

En estos lugares la creatividad, las anécdotas y la experiencia de estas personas que invierten dinero y largas horas de trabajo se pone de manifiesto cuando ellos hablan de lo que denominan “sus obras de arte”.

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Rina Guilia, de 47 años, dice que este año 2004 que termina le deja una experiencia amarga y a la vez alentadora, porque ella tuvo que diseñar otro King Kong de diez metros de altura, debido a que el primero se lo quemaron en la madrugada hace unas dos semana atrás.

Según ella, cuando vio su  primer año viejo gigante, hecho de papel y madera, que lo comenzó a diseñar hace dos meses, se sintió triste “porque todo el trabajo realizado fue destruido en cuestiones de minutos por una persona envidiosa, que yo sé quién es, pero no vale la pena mencionarlo”, dice Guilia.

Esta comerciante, que se inició a los 9 años haciendo viejos, asegura que al ver a su monigote quemado cerca de su casa de dos pisos, ubicada en la 20 y Alcedo, cogió valor y en menos de seis días armó otro King Kong con la ayuda del maestro Víctor Rodríguez.

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Pero volver a poner de pie a otro gigante le costó a Rina una inversión total de 3.000 dólares. Ella compró 50 cañas, 24 cuartones (bases), 80 libras de clavos de diferentes pulgadas, unos 20 quintales de periódicos, un quintal de almidón, 60 libras de cabuya (pelaje del monigote) y cuatro galones de laca negra.

Esta historia de fanatismo por los años viejos, también se repite en un callejón de la manzana 54 de la Floresta I. Allí, desde 1992, Marlon Castro Peñafiel, de 24 años, afirma que se ha convertido en un adicto en crear monigotes gigantes. Actualmente ha diseñado un Shrek, de siete metros, con la ayuda de sus dos hermanos. En su elaboración invirtió 150 dólares y se tardó tres meses en terminarlo.

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Asegura que este trabajo, que lo empezó cuando tenía 10 años, le ha significado sacrificios y lágrimas. “Cuando yo me inicié en esto solo hacía viejos pequeños y mal hechos, pero a medida que fui creciendo me perfeccioné en la elaboración de los monigotes gigantes”, dice Castro.

Su primer año viejo gigante, que medía 4 metros y medio, lo hizo cuando tenía 15 años y fue el animal Dino, de la caricatura Los Picapiedras. La madre de estos jóvenes talentosos es una de sus más fieles admiradoras de los trabajos de sus hijos. Ella guarda en dos álbumes las fotografía de algunos monigotes gigantes como: Mazzinger (5 metros), El Jorobado de Notre Dame (6), Dragonball (7), Spiderman  (7) y Hulk, de 10 metros de alto.

Con este último monigote, Castro asegura que lloró el año pasado, porque no pudo colocarle los brazos al hombre verde, debido a que los andamios no fueron lo suficientemente altos para poder terminar el trabajo. Como muestra de su inconformidad le arrancó la cabeza a Hulk y prometió volverlo a construir.

En Huancavilca y la 16, en Ayacucho y la 17, en la 25 y la J, también se han diseñado monigotes que sobrepasan los cinco metros y que son motivo de fotografías de quienes pasan por esos lugares.

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VIEJOS

MATERIALES
Diseñadores de estos monigotes gigantes aseguran que los materiales se los regalan, los recogen por las calles y otros los compran como la comerciante Rina Guilia.

GUARDIA
Bella Rodríguez, madre de Carlos Crespo, quien construyó  al gigante Lepardo, de la serie animada X-Men, en la calle Huancavilca y la 16, indicó que ella hace guardia toda la noche para que nadie haga alguna maldad al monigote.

SATISFACCIÓN
Las personas que hacen estos años viejos coinciden al indicar que sus trabajos no son para venderlos sino que más bien significan una satisfacción personal y una tradición que conservan hace varios años.