Puede ser una buena noticia. El congreso de la Conaie se reunió con los peores augurios. Era posible imaginarse la repetición de lo ocurrido en 1996 en Saraguro, cuando el régimen de Abdalá Bucaram presionó directamente sobre las delegaciones de la Amazonia y el movimiento debió buscar un candidato que salvara la división. Nada más. Y esa ficha fue Antonio Vargas.

Esta vez, Bolívar González se guardó sus limonadas, consciente tal vez de que su pequeño poder latifundista se limita a los alrededores del Ministerio de Bienestar Social. Tampoco el régimen tuvo estrategia alguna de intervención, como no sean unas cuantas provocaciones marginales.

En esta ocasión, la elección se concentró en dos figuras que representan, desde distintas generaciones y regiones, la independencia del movimiento indígena: Luis Macas y Marlon Santi, este último a la cabeza en la oposición de Sarayacu a la instalación de las petroleras en los territorios kichwas.

Curiosamente, mientras la Sierra impulsaba el retorno de uno de sus dirigentes históricos, la Amazonia proyectaba a un líder joven, marginando a aquellos anteriores que acabaron simbolizando la corrupción de las dirigencias: Rafael Pandam, Valerio Grefa, Luis Vargas, Antonio Vargas; al tiempo que uno de sus líderes históricos, Leonardo Viteri, establecía claras diferencias con los intentos de estos sectores por utilizar su nombre en el proceso de elección de la presidencia de la Conaie.

El retorno de Luis Macas puede significar, en primer lugar, la posibilidad de consolidar la unidad interna del movimiento, pues su figura va más allá de la de un ex ministro del gobierno de Gutiérrez. En ocasiones anteriores, Macas ya surgió como la figura de consenso en la Conaie, a la que dirigió en momentos en que la organización giraba en torno al proyecto político de reconocimiento de la plurinacionalidad y la independencia de la presencia indígena.

Macas llega cuando las tensiones, fruto de la participación del movimiento en los tortuosos escenarios de nuestra democracia, habían llegado a su clímax.
Puede ser este el momento de distanciarse de ciertas formas de participación muy coyunturales, para marcar su presencia en torno a tesis y perspectivas que comprometen a la sociedad ecuatoriana. Y aquello pasa por establecer las fronteras y las articulaciones con lo que ha sido la expresión política del movimiento indígena, Pachakutik.

Allí hay un escenario de equívocos por despejar. Los intentos por conseguir una transformación de las aberraciones nacionales que condicionaban la vida de las nacionalidades indígenas, desembocó en una confusa participación política en alianzas que, como las establecidas con Nuevo País en años pasados y Sociedad Patriótica en 2003, acabaron afectando al movimiento.

Estaría, por otra parte, la necesidad de abrir el diálogo con las otras dos organizaciones campesinas e indígenas: Fenocin y Feine.

Tal vez la mayor incógnita que aparece con la elección de Luis Macas es el desafío de articular, en su figura, la impronta de la cultura y la relación con los sectores indígenas articulados a programas rurales estatales, paraestatales o financiados por organismos multilaterales o de cooperación internacional.