Francisco Olivares tiene 40 años en el negocio de los servicios funerarios. Hace siete años abrió una sucursal de la funeraria Olivares en la calle Primera de la ciudadela Modelo, frente al Departamento Médico Legal de la Policía Nacional de Guayaquil, donde además ayuda a los familiares de los fallecidos que permanecen en la morgue en los trámites de defunción. Fue hace un año y un mes, recuerda mientras sus ojos se humedecen, que toda su experiencia en servicios mortuorios no le sirvió de nada. Enrique, su hijo menor (32 años), falleció en un accidente de tránsito cuando se dirigía a Durán, donde está ubicada otra de sus funerarias. La desgracia le permitió, asegura, entender mucho más a quienes pierden a un ser querido, por lo que incluso regala ataúdes a personas de escasos recursos económicos y otros los dona a Solca. Los precios de los servicios, que incluye la caja, varían según los requerimientos del cliente. “Hay desde 160 hasta 1.500 dólares, dependiendo del material”, explica.

Al igual que Olivares, Mónica Guzmán ubicó su negocio frente a esta institución. Ella es propietaria de un restaurante, el cual abre desde las 06h00. Los desayunos y los almuerzos cuestan un dólar, “porque la gente que llega a ver a su muertito generalmente es pobre y no tiene ni para comer”. Guzmán cuenta que una mañana la venta de comida no estaba bien y solo había regalado dos tazas con agua aromática a dos mujeres que iban a llevarse el cadáver de un familiar, “cuando vinieron una cantidad de personas a desayunar. Parece que quien tuvo la culpa del accidente los invitó y gastó 29 dólares en un ratito”, relata.

Además en el sector se encuentra una copiadora, una farmacia y dos tiendas de víveres, cuyos dueños cooperan para hacer más llevadero el dolor de quienes pierden a un ser querido.