El fin de año, cuando, generalmente, hacemos examen de conciencia y propósitos de enmienda, es un buen momento para preguntarse el porqué, el cómo, el cuándo de algunas realidades colectivas.

Por ejemplo, preguntémonos cuándo y por qué elegimos vivir diariamente sacándole el cuerpo a la ley, en lo pequeño y en lo grande, en lo cotidiano y en lo trascendente. Cuándo y cómo empezamos a creer que las cosas se consiguen por influencias y padrinazgos y no por derechos que hacemos respetar y por deberes que cumplimos.

Cuándo y cómo convertimos al dinero en el máximo símbolo de importancia social y nos obligamos a conseguirlo rápido y a cualquier precio. Cuándo y por qué elegimos el facilismo para todo, desde la escuela hasta la vida pública. Cuándo y por qué renunciamos a la racionalidad en aras de las componendas. Cuándo y cómo nos acostumbramos a los abusos del poder. Cuándo y por qué nos instalamos en la mediocridad colectiva que nos agobia.

El encontrar las respuestas es importante, porque quizás, entonces, dejemos de encontrar culpas solo en los otros y asumamos las propias y, a partir de allí, tal vez podamos reconocer que somos parte del problema y que por lo tanto debemos ser parte de la solución.

Preguntémonos qué clase de país queremos, en qué sociedad anhelamos vivir, y cuando empecemos a decir las generalidades que acostumbramos: un país justo, un país que progrese, un país que permita a todos vivir con dignidad, un país seguro, un país sin pobreza, seamos lo suficientemente sinceros para preguntarnos si lo repetimos como un lugar común o si lo queremos realmente. Si la respuesta es lo segundo, las preguntas que siguen son obvias: ¿Cuándo empezamos a construirlo? ¿Qué hacemos para salir de la mediocridad? ¿Qué hacemos para cumplir todos nuestros deberes y exigir todos nuestros derechos ciudadanos? ¿Qué hacemos para que los niños y los adolescentes no se inclinen por el facilismo? ¿Cómo trabajamos cotidianamente para que todos respetemos la ley? Solo cuando hayamos encontrado las repuestas y las convirtamos en conducta cotidiana, tendremos la certeza de que no somos parte del problema, de que estamos aportando a la solución y de que juntos podemos conseguir el país que anhelamos. Mientras tanto, solo tenemos el país que merecemos.